Aún en los albores del siglo XXI, una era denominada “de la información y el conocimiento” son más las personas que desconocen el valor del esoterismo, a pesar de que algunos dirán que con internet todas los velos se levantaron, que toda la verdad está a mediodía, siento desilusionarlos, pero esta misma era abierta ha engendrado su contrario, el nuevo velo de la desinformación, que mantiene la realidad velada.
A modo de correr el velo sobre el esoterismo, separarla de las concepciones de la “nueva era” y demostrar su real sentido, va esta nota, entendiendo que para la mayoría encierra un sentido desconcertante asociado con lo sobrenatural, como inaccesible a la comprensión intelectual. Su difícil comprensión no hace sino ratificar la limitación para comprenderla e interpretarla de manera adecuada, pero de ningún modo puede ser definido como “sobrenatural o milagroso”.
La palabra “esotérico” es un concepto genérico usado para referirse al conjunto de conocimientos, enseñanzas, tradiciones, doctrinas, técnicas, prácticas o ritos de una corriente filosófica, que son de difícil acceso y que se transmiten únicamente a una minoría denominada “iniciados”, por lo que no son conocidos por los profanos. Fenomenológicamente, lo esotérico es una actitud mental que facilita al iniciado el ingreso a una nueva manera de interpretar la realidad.
El esoterismo, a diferencia de lo que se presume a veces, enseña precisamente que los fantasmas no existen, como tampoco existen los milagros, ni lo sobrenatural, ni los dioses que participan en la decisión del destino humano. Por el contrario, promueve un estudio intenso de la naturaleza y sus adeptos son herederos de una filosofía perenne que hace culto a la visón natural del mundo. Antoine Faivre, en su estudio sobre el esoterismo, Espiritualidad de los Movimientos Esotéricos Modernos, señala que el término “esoterismo” es relativamente nuevo, datado aproximadamente a principios del siglo XIX para clasificar en un género a las diversas prácticas esotéricas; mientras que es el término “esotérico”, como adjetivo, la raíz real del término, es bien antiguo.
Es un hecho que los “ismos” son expresiones que se asocian indudablemente a la formulación de orientaciones innovadoras, y relacionadas con las vanguardias en las ideas. Pero, el sufijo “ismos” ha quedado reconocido como válido en la formación de palabras con un sentido de doctrina o sistema, más allá de lo estrictamente vanguardista, dejando el vocablo “esoterismo” como “relativo a esotérico”. En virtud de ello, podemos aplicar la palabra “esoterismo”, sin ambages, en tanto el sufijo “ismo” le da sentido de doctrina o de sistema al concepto inicial.
En el transcurso de la historia han existido numerosas sociedades y escuelas iniciáticas cuyas raíces más profundas se remontan a cientos de años antes de nuestra era; a aquellas que guardaron sus doctrinas en un absoluto hermetismo, y que fueron transmitidas a través de los siglos a cierta clase de seres humanos, que por sus condiciones espirituales, morales e intelectuales eran capaces de comprenderlas, se las llamaban esotéricas. De los primeros que filosofaron en la Grecia antigua, es el pitagorismo, la primera escuela que cultivaba, junto a una doctrina accesible a todos, otra doctrina oculta, reservada a los iniciados. La esotérica era una de las formas en que en la Grecia antigua se administraba la enseñanza, que sólo podía ser recibida en el interior de las escuelas, y que se oponía a la que se destinaba al público y era impartida al aire libre. El prefijo eso, término griego, que quiere decir “del lado de adentro” frente al prefijo exo que es “del lado de afuera”.
De los antecedentes registrados en la historiografía, según indica Jean Paul Corsetti en Historia del esoterismo y de las ciencias ocultas, la palabra “exotérico” habría sido aplicado por primera vez por Aristóteles en su Política. Hay que esperar a Luciano de Samosata quien hacia el 166 de la era actual utiliza el término “esotérico”, de igual forma lo hace Clemente de Alejandría en su Stromas hacia el 208, cuando se refiere a las enseñanzas de Aristóteles. Su discípulo Orígenes, en Contra Celso (248 era actual), ampliará el concepto al designar todo lo que las escuelas del pensamiento griego entregaban a sus discípulos ya formados. En tanto, Yámblico, en Vida de Pitágoras, describe la forma como se entendía y aplicaba el esoterismo entre los pitagóricos. Todos le otorgan un significado similar: lo oculto a la vista del público.
El iniciado, sujeto del esoterismo
Se considera iniciados a aquellas personas admitidas al conocimiento de los misterios de la naturaleza por medio de un proceso de desarrollo personal sistemático. Son escogidas por sus cualidades, especialmente de orden moral. Su ingreso a la sociedad iniciática se produce mediante una ceremonia de iniciación en la cual se les entregan determinados conocimientos, fundamento de sus futuros estudios y vivencias.
Según define Guillermo Fuchslocher, en su obra Introducción al esoterismo masónico, desde el punto de vista esotérico, la iniciación es más que una ceremonia, pues constituye un proceso de expansión de la conciencia por la admisión en los Misterios, enseñados por verdaderos maestros. Así, la iniciación es la puerta que conduce a un nuevo estado espiritual, en el cual comienza una nueva manera de ser y de vivir.
Cuando el adepto se ha esforzado en llevar una vida superior y se ha purificado por medio de esfuerzos mentales, morales y físicos, acumula un poder interno y alcanza un punto de culminación de su preparación, que requiere del conocimiento necesario para hacer uso de ese poder. Por eso, la ceremonia iniciática no tiene valor, sino como comienzo de una vivencia de aprendizaje.
El cambio, objeto del esoterismo
Se enseña al novicio que él, la sociedad, el mundo, todo el universo, se encuentra en permanente proceso de cambio, tal como sostenía el filósofo griego Heráclito (500 era antigua); que los de ahora no son los de ayer, ni los de mañana; y que si algo debe diferenciar un iniciado, es que no puede ser sujeto pasivo del cambio, sino actor del mismo, junto a la ley armónica del universo.El cambio comienza con uno mismo, constituyendo el reto más complicado de su existencia. Sólo si es capaz de cambiarse a sí mismo, podrá emprender con labores de mayor magnitud. Sólo si se convierte en un ser humano nuevo podrá ejercitar el poder, su propio poder, el poder del conocimiento, no solamente para ser mejor, sino para colaborar con el progreso de la humanidad, para mejorar la sociedad.El proceso iniciático tiene dos momentos: el de la inmanencia y el de la trascendencia; el primero no tiene sentido sin el segundo y este último no es posible sin el primero. Todos los estudios teóricos del esoterismo deben tener como consecuencia inmediata la praxis de dichos conocimientos y ésta, si es efectiva, generará la trascendencia que es un fin en sí mismo, sino una consecuencia de la praxis iniciática y ésta a su vez lo es de una formación adecuada.En definitiva, las enseñanzas logradas desde el esoterismo, el conocimiento, la sabiduría, la rectitud, la ponderación, la templanza, el respeto, la caridad, la tolerancia, el amor, etc. no son bienes para guardarlos en un cofre personal, sino que son para compartirlos, para ponerlos a disposición de toda la especie humana
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