De quien sabe: Jean Palou (Francia)
La francmasonería, al devenir especulativa en 1717, perdió su apoyo técnico de realización operativa y espiritual. Los materiales, los instrumentos del oficio, se convirtieron, ya en imágenes materiales fijadas sobre el tapiz de la logia en los primeros y segundos grados, ya en imágenes mentales. De todas maneras, lo que la mano probaba tocar, el espíritu que actúa sobre la mano, participa desde entonces únicamente del dominio de lo mental. Tenemos aquí, sin duda, la consecuencia de una época en que la máquina iba a reemplazar de más en más a la acción humana.
La piedra bruta queda como uno de los símbolos fundamentales de la francmasonería. De manera general, los autores masónicos han transformado ese símbolo en una alegoría moral, muy a menudo utilitaria. Ellos asimilan el nuevo masón, el aprendiz, a una piedra bruta que le será necesario trabajar a él mismo y sobre sí mismo, mediante una tarea constante, puramente interior. Si nos colocamos sobre el plano metafísico, la piedra bruta (el aprendiz) es una individualidad (el yo) que deberá debastarse para llegar a la personalidad (el sí), es decir, para desembarazarse en fin de todas sus asperezas (la piedra tallada) e integrarse en el edificio global que forma la francmasoneria.
Si regresamos al plano operativo -y como hemos tenido ocasión de subrayarlo muchas veces aquí mismo-, las primeras construcciones se hacen de madera y el tránsito progresivo de ese primer modo de edificación al empleo de la piedra bruta, luego de la piedra tallada, no puede constituir, a los ojos de nuestros modernos contemporáneos, sino un progreso.
Se trata también igualmente -puesto que se habla de construcciones, y por tanto de abrigo para los hombres- de una estabilización del modo de vida, o, si se quiere, de la concentración de los hombres espacial y temporalmente, es decir, del pasaje de la vida nómada a la vida sedentaria, lo que implica un cambio de tradiciones, "y además, cuando Israel pasa del primero de esos estados al segundo, la prohibición de elevar edificios de piedra tallada desapareció, porque ésta ya no tenía razón de ser; testimonio, la construcción del Templo de Salomón, que seguramente no fue una empresa profana a la cual se vincula, de modo simbólico por lo menos, el origen mismo de la masonería".
La construcción en piedras brutas, luego en piedras talladas, puede dar al edificio más fuerza y más belleza, pero ella constituye al proyectarse sobre el plano tradicional una solidificación que refleja una especie de decadencia espiritual. No es menos cierto que la talla de la piedra bruta se realiza siempre según un rito, es decir, mediante una sacralización del trabajo que lleva a la glorificación no sólo de ese trabajo propio sino de Aquel que manda e inspira a los Obreros, todo lo cual se opera y se integra en un plan trazado por la divinidad.
Se comprende que el trabajo efectuado sobre la piedra bruta para convertirla en piedra tallada no puede hacerse sino en una sociedad tradicional, lo que no es, por desgracia, el caso del mundo moderno contingente. Sólo en tal mundo se puede permitir la francmasonería ese trabajo de realización espiritual, pero únicamente sobre el plano mental, y esto porque la masonería, a pesar de su decadencia "especulativa", ha conservado la transmisión espiritual iniciática, y ritualiza mediante gestos y palabras el trabajo -antiguamente efectivo, y ahora sólo mental-.
El compagnonnage, con la masonería, siguen siendo igualmente, en nuestros días, los únicos representantes eficaces de esos oficios antiguos que permitían al obrero iniciado realizar los trabajos sobre la piedra, sobre sí mismo y sobre el conjunto del cosmos.
La piedra constituye en sí un "potencial de fuerzas telúricas, y determina todo un ritual de arte sagrado. Para mostrar que el hombre se perfecciona, se le compara a una piedra que de estado bruto llega al estado tallado". Es así que, en el curso de las edades, se adjudicó una particular importancia no sólo a la talla de la piedra bruta, sino a la colocación de la piedra finalmente debastada, no como se dice por lo general, en la masonería francesa, por el martillo y el cincel, sino por una boucharde, "especie de martillo en punta del que se sirven, en efecto, los talladores de piedra".
Hasta no hace mucho tiempo, por cierto, los masones de la región de Menton decían una plegaria cuando se colocaba la primera piedra; los de Namur la rociaban con una rama de arbusto previamente mojada en agua bendita. No es menos curioso señalar que en el siglo XIX aún, los masones del Bocage normando golpeaban la primera piedra colocada con una cuchara y un martillo; los del Franco Condado la golpeaban tres veces. La colocación de la primera piedra en el edificio se hacía siempre en el ángulo nordeste de la futura construcción acompañada de un ritual particular en cada región. De igual modo, en la francmasonería especulativa, el recién iniciado es colocado -piedra fundamental simbólica del edificio futuro- en el ángulo nordeste de la Logia.
La mayor parte de los autores tratan de mostrar que la talla de la piedra bruta, es decir, el trabajo individual realizado por el aprendiz, se vincula a la idea absolutamente profana de libertad, mientras que la noción iniciática de Liberación convendría mucho mejor en este dominio. Aparece aquí el recuerdo de las lecciones masónicas del siglo último y la afirmación bien conocida y tajante: "El masón libre en la logia libre", de Oswald Wirth, que refleja un estado de espíritu individualista y profano, en tanto que la talla de la piedra bruta se efectúa en verdad por el individuo asociado, integrado en la asamblea de la comunidad de iniciados, puesto que -es necesario no olvidarlo- el trabajo de realización espiritual masónica no podría ser más que obra colectiva.
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