sábado, 25 de febrero de 2012

Existirá Masonería Esotérica

Aún en los albores del siglo XXI, una era denominada “de la información y el conocimiento” son más las personas que desconocen el valor del esoterismo, a pesar de que algunos dirán que con internet todas los velos se levantaron, que toda la verdad está a mediodía, siento desilusionarlos, pero esta misma era abierta ha engendrado su contrario, el nuevo velo de la desinformación, que mantiene la realidad velada.

A modo de correr el velo sobre el esoterismo, separarla de las concepciones de la “nueva era” y demostrar su real sentido, va esta nota, entendiendo que para la mayoría encierra un sentido desconcertante asociado con lo sobrenatural, como inaccesible a la comprensión intelectual. Su difícil comprensión no hace sino ratificar la limitación para comprenderla e interpretarla de manera adecuada, pero de ningún modo puede ser definido como “sobrenatural o milagroso”.

La palabra “esotérico” es un concepto genérico usado para referirse al conjunto de conocimientos, enseñanzas, tradiciones, doctrinas, técnicas, prácticas o ritos de una corriente filosófica, que son de difícil acceso y que se transmiten únicamente a una minoría denominada “iniciados”, por lo que no son conocidos por los profanos. Fenomenológicamente, lo esotérico es una actitud mental que facilita al iniciado el ingreso a una nueva manera de interpretar la realidad.

El esoterismo, a diferencia de lo que se presume a veces, enseña precisamente que los fantasmas no existen, como tampoco existen los milagros, ni lo sobrenatural, ni los dioses que participan en la decisión del destino humano. Por el contrario, promueve un estudio intenso de la naturaleza y sus adeptos son herederos de una filosofía perenne que hace culto a la visón natural del mundo. Antoine Faivre, en su estudio sobre el esoterismo, Espiritualidad de los Movimientos Esotéricos Modernos, señala que el término “esoterismo” es relativamente nuevo, datado aproximadamente a principios del siglo XIX para clasificar en un género a las diversas prácticas esotéricas; mientras que es el término “esotérico”, como adjetivo, la raíz real del término, es bien antiguo.

Es un hecho que los “ismos” son expresiones que se asocian indudablemente a la formulación de orientaciones innovadoras, y relacionadas con las vanguardias en las ideas. Pero, el sufijo “ismos” ha quedado reconocido como válido en la formación de palabras con un sentido de doctrina o sistema, más allá de lo estrictamente vanguardista, dejando el vocablo “esoterismo” como “relativo a esotérico”. En virtud de ello, podemos aplicar la palabra “esoterismo”, sin ambages, en tanto el sufijo “ismo” le da sentido de doctrina o de sistema al concepto inicial.

En el transcurso de la historia han existido numerosas sociedades y escuelas iniciáticas cuyas raíces más profundas se remontan a cientos de años antes de nuestra era; a aquellas que guardaron sus doctrinas en un absoluto hermetismo, y que fueron transmitidas a través de los siglos a cierta clase de seres humanos, que por sus condiciones espirituales, morales e intelectuales eran capaces de comprenderlas, se las llamaban esotéricas. De los primeros que filosofaron en la Grecia antigua, es el pitagorismo, la primera escuela que cultivaba, junto a una doctrina accesible a todos, otra doctrina oculta, reservada a los iniciados. La esotérica era una de las formas en que en la Grecia antigua se administraba la enseñanza, que sólo podía ser recibida en el interior de las escuelas, y que se oponía a la que se destinaba al público y era impartida al aire libre. El prefijo eso, término griego, que quiere decir “del lado de adentro” frente al prefijo exo que es “del lado de afuera”.

De los antecedentes registrados en la historiografía, según indica Jean Paul Corsetti en Historia del esoterismo y de las ciencias ocultas, la palabra “exotérico” habría sido aplicado por primera vez por Aristóteles en su Política. Hay que esperar a Luciano de Samosata quien hacia el 166 de la era actual utiliza el término “esotérico”, de igual forma lo hace Clemente de Alejandría en su Stromas hacia el 208, cuando se refiere a las enseñanzas de Aristóteles. Su discípulo Orígenes, en Contra Celso (248 era actual), ampliará el concepto al designar todo lo que las escuelas del pensamiento griego entregaban a sus discípulos ya formados. En tanto, Yámblico, en Vida de Pitágoras, describe la forma como se entendía y aplicaba el esoterismo entre los pitagóricos. Todos le otorgan un significado similar: lo oculto a la vista del público.
El iniciado, sujeto del esoterismo

Se considera iniciados a aquellas personas admitidas al conocimiento de los misterios de la naturaleza por medio de un proceso de desarrollo personal sistemático. Son escogidas por sus cualidades, especialmente de orden moral. Su ingreso a la sociedad iniciática se produce mediante una ceremonia de iniciación en la cual se les entregan determinados conocimientos, fundamento de sus futuros estudios y vivencias.

Según define Guillermo Fuchslocher, en su obra Introducción al esoterismo masónico, desde el punto de vista esotérico, la iniciación es más que una ceremonia, pues constituye un proceso de expansión de la conciencia por la admisión en los Misterios, enseñados por verdaderos maestros. Así, la iniciación es la puerta que conduce a un nuevo estado espiritual, en el cual comienza una nueva manera de ser y de vivir.

Cuando el adepto se ha esforzado en llevar una vida superior y se ha purificado por medio de esfuerzos mentales, morales y físicos, acumula un poder interno y alcanza un punto de culminación de su preparación, que requiere del conocimiento necesario para hacer uso de ese poder. Por eso, la ceremonia iniciática no tiene valor, sino como comienzo de una vivencia de aprendizaje.

El cambio, objeto del esoterismo

Se enseña al novicio que él, la sociedad, el mundo, todo el universo, se encuentra en permanente proceso de cambio, tal como sostenía el filósofo griego Heráclito (500 era antigua); que los de ahora no son los de ayer, ni los de mañana; y que si algo debe diferenciar un iniciado, es que no puede ser sujeto pasivo del cambio, sino actor del mismo, junto a la ley armónica del universo.El cambio comienza con uno mismo, constituyendo el reto más complicado de su existencia. Sólo si es capaz de cambiarse a sí mismo, podrá emprender con labores de mayor magnitud. Sólo si se convierte en un ser humano nuevo podrá ejercitar el poder, su propio poder, el poder del conocimiento, no solamente para ser mejor, sino para colaborar con el progreso de la humanidad, para mejorar la sociedad.El proceso iniciático tiene dos momentos: el de la inmanencia y el de la trascendencia; el primero no tiene sentido sin el segundo y este último no es posible sin el primero. Todos los estudios teóricos del esoterismo deben tener como consecuencia inmediata la praxis de dichos conocimientos y ésta, si es efectiva, generará la trascendencia que es un fin en sí mismo, sino una consecuencia de la praxis iniciática y ésta a su vez lo es de una formación adecuada.En definitiva, las enseñanzas logradas desde el esoterismo, el conocimiento, la sabiduría, la rectitud, la ponderación, la templanza, el respeto, la caridad, la tolerancia, el amor, etc. no son bienes para guardarlos en un cofre personal, sino que son para compartirlos, para ponerlos a disposición de toda la especie humana

viernes, 24 de febrero de 2012

La Doctrina Secreta - 1era Parte

El fundamento de la Doctrina Secreta, del que resulta el conocimiento de los más profundos misterios del universo, es tan sencillo que puede comprenderlo un niño, pero por su misma sencillez lo desdeñan quienes gustan de lo complicado e ilusorio. Ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a tí mismo. El conocimiento práctico de esta verdad es todo cuanto se requiere para entrar en el templo donde se adquiere la sabiduría divina.

No podemos conocer la causa de todo bien, a menos de aproximarnos a ella; y no podemos aproximarnos a ella, a menos que la amemos y nuestro amor nos lleve a ella. No podemos amarla sin sentirla y no podremos sentirla si no existe en nosotros mismos. Para amar al bien, debemos ser buenos; para amar el bien sobre todas las cosas, debe prevalecer el sentimiento de verdad, justicia y armonía; debemos cesar de vivir en la esfera del yo inferior, que es la del mal y vivir en el seno del elemento divino de la humanidad. Debemos amar lo divino en la humanidad, tanto como a lo divino en nuestro interior. Una vez alcanzado este supremo estado, con olvido completo de la personalidad, nos uniremos por amor con Dios y no habrá en los cielos ni en la tierra secreto alguno inescrutable para nosotros.
¿Qué es el conocimiento de Dios, sino el conocimiento del bien y del mal? Dios es la causa de todo bien y el bien es el origen del mal. El mal es la reacción del bien, como las tinieblas son la reacción de la luz. El fuego divino del que procede la luz no causa la menor obscuridad, pero la luz que irradia del flamígero centro, no puede manifestarse sin la presencia de las tinieblas, así como la presencia de la luz da a conocer las tinieblas.

Existen, por consiguiente, dos principios: el principio del bien y el principio del mal. Ambos brotan de la misma raíz, en la cual no existe el mal, pues sólo reside en ella el bien absoluto e inconcebible. Es el hombre producto de la manifestación del principio del bien y únicamente en el bien puede encontrar la felicidad, puesto que la condición que necesita todo ser para ser feliz es vivir en el elemento pertinente a su naturaleza. Los nacidos en el bien, serán felices en el bien; los nacidos para el mal, sólo desearán el mal. Los nacidos en la luz, buscarán la luz y los nacidos en tinieblas, buscarán las tinieblas. Como quiera que el hombre es hijo de la luz, no será feliz mientras haya en su naturaleza un asomo de tienieblas. El hombre, cuyo principio fundamental es el bien, no encontrará la paz mientras exista en su interior una chispa del mal.

El alma del hombre es a manera de un jardín donde están sembradas infinito número de semilas diferentes de las que pueden brotar plantas bellas y saludables o feas y nocivas. La voluntad es el fuego del que estas plantas reciben el calor necesario para medrar. Si la voluntad es buena, brotarán plantas bellas; si es mala, plantas deformes. El principal objeto de la existencia del hombre en la tierra es la purificación y cultivo de la voluntad, hasta convertirla en una recia potencia espiritual. El único medio para purificar la voluntad es la acción y para lograrlo todas nuestras acciones han de ser buenas, hasta que el obrar bien se convierta en costumbre y se mate todo maligno deseo.

¿De qué te aprovecharía conocer el misterio de la Trinidad y hablar sabiamente de los atributos del Logos, si en el altar de tu corazón no ardiese el fuego del amor divino y si la luz de Cristo no brillase en tu templo? Tu mente, abandonada por el vivificante espíritu, perecerá y tú con ella, si no arde en tu corazón la llama del amor espiritual. Si no amas el bien, más te vale permanecer en la ignorancia, porque así pecarás por ignorancia y no serás responsable de tus actos; pero quienes conocen la verdad y la desprecian, por su mala voluntad, han de sufrir, porque cometen, a sabiendas, el imperdonable pecado contra la verdad espiritual. Al verdadero hombre, en cuyo corazón arde el fuego del divino amor al bien, la Luz le iluminará la mente, le inspirará buenos sentimientos y le moverá a buenas acciones. No necesitará que ningún mortal le enseñe la verdad, porque el espíritu de sabiduría será su verdadero Maestro.

Todas las ciencias y artes profanas son pueriles ante la excelencia de la sabiduría divina. La ciencia del mundo carece de valor permanente, pero la sabiduría divina es eterna y requiere ir acompañada del amor divino, porque de la unión de la sabiduría con el amor procede el poder espiritual. Quien no conoce el amor, no conce a Dios, porque Dios es amor. Y por esto dijo San Pablo que, aunque penetremos todos los miesterios, poseamos todas las ciencias y hagamos buenas obras, nada somos sin el amor divino, pues únicamente por el amor conquistaremos la inmortalidad.

¿Qué es el amor? Un poder universal, dimanante del centro creador del universo. En los reinos elemental y mineral es atracción; en el reino vegetal es rudimentario instinto; en el animal es instinto completo; en el humano es pasión, capaz de transmutarse en dirección a su divino origen o de pervertirse en la abyección. En el reino superhumano, el amor se transmuta en consciente y vivo poder espiritual. En la mayoría de los hombres el amor es un sentimiento pasional; pero capaz de guiar o extraviar a la humanidad. Podemos amar o no una cosa, pero este amor no penetra en las honduras del alma del objeto amado. El amor divino es un don del espíritu residente en nuestro interior; es el resultado de nuestra evolución espiritual y nadie puede sentirlo si no ha llegado a la cumbre de la espiritualidad. Pero el superhombre sabe que es un omnipenetrante poder que brota del centro del corazón y penetra en el corazón del amado y aviva los gérmenes de amor allí latentes. A este Amor espiritual llámale, si te parece mejor, Voluntad espiritual, Vida Espiritual, Luz espiritual, pues es todo esto y mucho más; porque todos los poderes espirituales brotan de un sólo centro eterno y culminan en un poder a manera de cúspide de multilateral pirámide. A este punto, a este poder, a este centro, a esta luz, a esta vida, a este todo, se le llama Dios, la Causa de todo bien, aunque la palabra Dios nada significa para quienes no la comprenden y ni siquiera pueden concebirla, pues no sienten ni conocen a Dios en sus corazones.

¿Cómo obtener este poder espiritual de amor, de buena voluntad, de luz y vida eterna. No podemos amar una cosa si no es buena; no podemos conocer si una cosa es buena o mala sin sentirla; no podemos sentirla sin relacionarnos con ella; no podemos relacionarnos si no la amamos y giraríamos eternamente en un círculo vicioso, sin llegar jamás a la eterna verdad, si no fuera por la influencia continua del Sol Espiritual de Verdad, que en el centro del corazón humano enfoca sus rayos y, atraténdolo instintiva e inconscientemente, transforma el movimiento circular en espiral y mediante la "Luz de Gracia", acerca a los hombres al Centro espiritual, a pesar de sus propias inclinaciones.

Se ha dicho que la inclinación del hombre hacia el mal es más poderosa que la que experimenta hacia el bien y esto es indudablemente cierto, puesto que en el presente estado de evolución son todavía muy intensas las actividades y tendencias animales del hombre, mientras que sus principios superiores no se han desarrollado lo suficiente para enaltecer la conciencia. Pero aunque las inclinaciones animales del hombre son más enérgicas que sus potencias espirituales, la luz eterna y divina que le atrae hacia el centro, es mucho más poderosa y a menos de que el hombre se resista al poder del amor divino y propenda al mal, lo atraerá continua e inconscientemente el centro de amor. Por lo tanto, aunque hasta cierto punto es el hombre víctima inerme de potestades invisibles, es por virtud del uso de su razón un agente libre; pero hasta que su razón sea perfecta no podrá ser completamente libre y únicamente puede perfeccionar su razón vibrando en armotnía con la Razón divina. Por lo tanto, el hombre sólo puede llegar a ser completamente libre obedeciendo a la Ley.

Sólo hay una Razón suprema, una Ley suprema, una Sabiduría suprema, es decir, un sólo Dios, el punto culminante de todos los poderes, tanto espirituales como físicos del Universo; el Centro único, del cual todas las cosas, todas las actividades, todos los atributos, facultades, funciones y principios proceden y en el que todos han de culminar. El hombre puede esperar la realización de sus anhelos si obra en armonía con la ley universal, puesto que la teoría universalmente reconocida de la supervivencia del más apto y la verdad axiomática de que, el fuerte prevalece contra el débil, son tan ciertas en el reino del espíritu como en el reino de la materia. Una gota de agua no puede fluir en dirección contraria a la de la corriente de que forma parte, ¿y qué es el hombre, con toda su vanidad y presunción de sabiduría, sino una gota del océano de la vida universal?

Para obedecer a la Ley, es necesario conocerla; pero ¿en dónde cabe conocer la verdadera ley y distinguirla de la falsa, más que en el estudio de la naturaleza espiritual y material? El ocultista sólo necesita estudiar un libro que contiene por entero la Doctrina Secreta, con todos los misterios, únicamente conocidos de los Iniciados. Es un libro que jamás ha sufrido falsificaciones ni traducciones erróneas ni fraudes piadosos ni interpretaciones absurdas; y que está al gratuito alcance de todos y todos pueden comprenderlo sin distinción de idiomas. El título de este libro es M., que significa: El Macrocosmos y el Microcosmos, compendiados en un volumen. Para leer este libro correctamente se han de emplear, a un tiempo, la vista de la mente y la del espíritu. Si tan sólo ilumina sus páginas la fría luz de la luna, la luz del cerebro, parecerán muertas y aprenderemos únicamente la letra impresa; pero si las alumbra la luz divina del amor que irradia del centro del corazón, se vivificarán y rotos los siete sellos que cierran algunos de sus capítulos se levantará velo tras otro y conocermeos los divinos misterios que oculta el Santuario de la Naturaleza.

Sin la divina luz del amor, es inútil escrutar en las tienieblas del profundo misterio. Quienes estudian la Naturaleza a la luz externa de los sentidos, solo conocerán de ella su máscara y en vano pedirán que se les revelen los misterios, que únicamente con la luz del espíritu cabe desentrañar, porque la luz del espíritu brilla eternamente en las tinieblas, pero las tinieblas no la comprendieron.

¿En dónde encontrar esta luz del espíritu más que en nuestro espíritu? El hombre sólo puede conocer lo que en su interior existe. No puede percibir realmente objeto alguno, sino únicamente sus imágenes y experimentar las sensaciones producidas en su conciencia por los objetos exteriores. Todo cuanto posee el hombre, excepto su aspecto externo, es un epítome, una imagen, una contraparte del universo. El hombre es el microcosmos y en él está en gérmen, o más o menos desarrollado, todo cuanto la Naturaleza contiene. En él residen Dios, Cristo y el Espíritu Santo. En él están la Trinidad, los elementos de los reinos mineral, vegetal, animal y espiritual, el cielo, el infierno y el purgatorio; todo en él está contenido, porque es imagen de Dios y Dios es la Causa de todo lo existente y nada existe que no sea manifestación y substancia de Dios.

El universo y todo cuanto contiene es manifestación de la Causa o Poder Supremo a que los hombres llaman "Dios". Para estudiar las manifestaciones de este poder, hemos de estudiar las impresiones que produce en nuestro interior. Sólo podemos conocer lo que en nuestro interior existe y, por lo tanto, aun el estudio de la naturaleza externa no es ni puede ser nada más que el estudio del Yo, es decir, el estudio de las sensaciones internas producidas por causas externas. Sólo puede el hombre conocer realmente lo que en su interior percibe y todos los llamados conocimientos de las cosas exteriores son meras especulaciones e hipótesis o, a lo sumo, verdades relativas.

Por lo tanto, los que buscan un Dios externo, mientras niegan a Dios en su corazón, le buscarán en vano. Quienes dicen que adoran a un desconocido rey de la creación y sofocan el recién nacido en la cuna de su corazón, adoran una ilusión. Si deseamos conocer a Dios y obtener la Sabiduría Divina, hemos de estudiar la actividad del Divino Principio en nuestro interior, escuchar su voz con el oído de la mente y leer sus palabras con la luz de su amor divino, porque el único Dios del que puede el hombre conocer algo, es su propio Dios individual, idéntico al Dios del Universo. El Dios universal se individualiza o encarna en el hombre y el hombre se convierte en Dios cuando obtiene el perfecto conocimiento de su propio Ego divino, es decir, cuando Dios ha logrado en el hombre el conocimiento de sí mismo.

No puede, por lo tanto, haber Sabiduría Divina sin el conocimiento del Ego y quien lo conoce es sabio. No presuman los cientistas y teólogos de conocer su divino Ego. Si lo conociesen poseerían poderes divinos, a que los hombres llaman sobrenaturales, porque son rarísimos entre la humanidad.Si los hombres se concociesen a sí mismos, no necesitarían predicadores ni doctores, ni libros, ni instrucciones. Bastaríales su Dios eterno. Pero la sabiduría profana no es de Dios. Procede de libros y fuentes externas y falibles. La conciencia del yo soy yo, que el hombre ordinario experimenta, no es la del yo personal que ha de perecer antes de que el dinivo Ego se conozca a sí mismo. Los hombres no concen bien su yo personal, porque su concocimiento los horrorizaría. La envidia, codicia, lujuria, gula, ira y demás pasiones siniestras dominan a la generalidad de los hombres y consituyen los elementos ilusorios de su yo personal. Unicamente es inmortal en el hombre el Espíritu divino y tan sólo los elementos perfectos y puros que se unan al espíriritu, continuarán viviendo en él y por medio de él.

El Ego divino no experimenta el sentimiento de separación que domina al yo personal, ni distingue entre sí mismo a los demás seres humanos, pues se reconoce él mismo en todos ellos. El Ego es el Dios a quien únicamente puede conocer el que se ha divinizado. Es el Cristo que jamás puede ser comprendido por el Anticristo, que lleva en la frente el signo de la Bestia, símbolo de inteligencia sin la espiritualidad o la ciencia sin amor divino. Este Dios únicamente puede conocerlo la verdadera Fe, sabiduría espiritual, que penetra hasta el centro ardiente de amor que en nuestro corazón existe. Es el centro de Amor, de Vida y Luz, el origen de todos los poderes. En él laten contenidos todos los gérmenes y misterios de la revelación divina; y si encuentras la luz que de aquel centro irradia, no necesitarás más enseñanzas, pues habrás encontrado la vida eterna y la verdad absoluta.

El gran error de nuestra época intelectual es creer que cabe llegar al conocimiento de la verdad por mera especulación científica, filosófica o teológica. Esto es falso, porque si bien el conocimiento teórico del ocultismo ha de preceder a la práctica, de nada sirve la teoría si no la confirma la experiencia. ¿De qué servirá hablar del amor sin sentir la influencia divina del amor? ¿De qué le servirá hablar de la sabiduría al ignorante? Nadie puede ser artista, militar o político con mera erudición libresca. Así tampoco el poder espiritual puede obtenerse por mera especulación, sino que requiere práctica. Para conocer el bien, hemos de pensar y obrar bien; para poseer sabiduría, hemos de ser sabios. El amor no expresado en obras no es válido. La caridad puramente ideal de nada sirve. Es necesario concretarla en acción. Toda acción provoca la reacción. Por lo tanto, la práctica de buenas acciones robustecerá nuestro amor al bien y, a su vez, el amor al bien se manifestará en buenas acciones.

Quien obra mal, porque no sabe obrar bien, es digno de compasión; pero quien sabe obrar bien y conoce que está obligado a obrar bien y, sin embargo obra mal, marece condenación. Por lo tanto, toda enseñanza referente a la vida superior es peligrosa para quien, sabiendo distinguir entre el bien y el mal, escoge el sendero del mal, porque entonces su responsabilidad es mucho mayor. Estas cartas no se hubieran escrito si no cupiera la esperanza de que alguien no se contraería a comprenderlas intelectualmente, sino que entraría en el camino práctico, cuya puerta es el conocimiento del Yo, que conduce a la unión con Dios y cuya primera consecuencia es el reconocimiento de la Fraternidad Universal de la Humanidad.

martes, 21 de febrero de 2012

Los Constructores del Templo del Rey Salomón


Alguna parte de los poderes internos y de los rituales egipcios había sido transmitida fielmente de generación en generación desde los días de Moisés hasta el momento en que el Rey Salomón subió al trono de su padre David. Hay algo de verdad en la tradición preservada en la Biblia, aunque haya exageraciones y equivocaciones en los relatos que nos han llegado, y mucho del significado interno de los símbolos haya sido olvidado.

El Rey Salomón parece haber sido un hombre de considerable fuerza de carácter, con algo de conocimiento oculto, y la gran ambición de su vida fue unificar sólidamente a su pueblo hasta convertirlo en un reino fuerte y respetado, capaz de tener una posición de influencia entre las naciones que le rodeaban.

Con tal fin erigió el templo en Jerusalén para que fuera el centro de la veneración religiosa de su pueblo y símbolo de la unidad nacional; tal vez no fue tan magnificente como relata la tradición, pero el Rey estaba en extremo orgulloso de él y lo consideraba uno de los grandes logros de su época.

En esta obra contó con la ayuda de su aliado, Hiram, Rey de Tiro, quien aportó una buena cantidad de material para el edificio y prestó muchos hábiles artesanos para ayudar en el trabajo; pues los fenicios eran más diestros en la construcción que los judíos; éstos eran, principalmente, un pueblo pastoril. También unos cincuenta años antes, alguno de los grupos errantes de Constructores (Masones) que decían llamarse Artífices Dionisíacos se habían establecido en Fenicia, de modo es que el Rey Hiram pudo contribuir con muchos trabajadores expertos. Esta Alianza es un asunto de historia secular, pues Flavio Josefo, el gran historiador judío, nos cuenta que aún en sus días algunas copias de las cartas que se cruzaron los dos Reyes, existían en los archivos de Tiro y podían ser consultadas por los estudiantes. Hiram Abiff fue también un personaje real, aunque no halló la muerte de la manera reportada en la tradición Masónica. Fue un decorador, más bien, que el auténtico Arquitecto del Templo, como claramente lo dicen los relatos bíblicos. “Estaba saturado de sabiduría y entendimiento, y hábil en todo trabajo con latón”
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Era “hábil para trabajar el oro, la plata, latón, hierro, piedra, madera, lino fino, rojo, azul, rosa; también para grabar toda clase de grabados, y para hallar solución a todo problema que se le planteara”. Josefo confirma la tradición de que él fue un artista y artesano, más bien, que arquitecto: “Este hombre era diestro en toda suerte de trabajos, pero su fuerte era trabajar el oro, la plata y el latón, y él hizo todo el trabajo minucioso del templo según deseos del Rey”. Era hijo de una viuda de Neftali, y su padre era de Tiro, trabajador en latón antes que él. En vista de tanta responsabilidad en sus manos y de que era un consumado artista, parece haber gozado de la íntima confianza del Rey Salomón, y de haber sido miembro del consejo.

Evidentemente era tratado como un igual por los dos Reyes, y ésa es una de las razones que influenciaron al H. Ward a traducir Hiram Abiff como “Hiram su padre (de él)” y a representar al Rey de Tiro como enviado a su abdicado padre como superintendente del decorado del templo