El fundamento de la Doctrina Secreta, del que resulta el conocimiento de los más profundos misterios del universo, es tan sencillo que puede comprenderlo un niño, pero por su misma sencillez lo desdeñan quienes gustan de lo complicado e ilusorio. Ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a tí mismo. El conocimiento práctico de esta verdad es todo cuanto se requiere para entrar en el templo donde se adquiere la sabiduría divina.
No podemos conocer la causa de todo bien, a menos de aproximarnos a ella; y no podemos aproximarnos a ella, a menos que la amemos y nuestro amor nos lleve a ella. No podemos amarla sin sentirla y no podremos sentirla si no existe en nosotros mismos. Para amar al bien, debemos ser buenos; para amar el bien sobre todas las cosas, debe prevalecer el sentimiento de verdad, justicia y armonía; debemos cesar de vivir en la esfera del yo inferior, que es la del mal y vivir en el seno del elemento divino de la humanidad. Debemos amar lo divino en la humanidad, tanto como a lo divino en nuestro interior. Una vez alcanzado este supremo estado, con olvido completo de la personalidad, nos uniremos por amor con Dios y no habrá en los cielos ni en la tierra secreto alguno inescrutable para nosotros.
¿Qué es el conocimiento de Dios, sino el conocimiento del bien y del mal? Dios es la causa de todo bien y el bien es el origen del mal. El mal es la reacción del bien, como las tinieblas son la reacción de la luz. El fuego divino del que procede la luz no causa la menor obscuridad, pero la luz que irradia del flamígero centro, no puede manifestarse sin la presencia de las tinieblas, así como la presencia de la luz da a conocer las tinieblas.
Existen, por consiguiente, dos principios: el principio del bien y el principio del mal. Ambos brotan de la misma raíz, en la cual no existe el mal, pues sólo reside en ella el bien absoluto e inconcebible. Es el hombre producto de la manifestación del principio del bien y únicamente en el bien puede encontrar la felicidad, puesto que la condición que necesita todo ser para ser feliz es vivir en el elemento pertinente a su naturaleza. Los nacidos en el bien, serán felices en el bien; los nacidos para el mal, sólo desearán el mal. Los nacidos en la luz, buscarán la luz y los nacidos en tinieblas, buscarán las tinieblas. Como quiera que el hombre es hijo de la luz, no será feliz mientras haya en su naturaleza un asomo de tienieblas. El hombre, cuyo principio fundamental es el bien, no encontrará la paz mientras exista en su interior una chispa del mal.
El alma del hombre es a manera de un jardín donde están sembradas infinito número de semilas diferentes de las que pueden brotar plantas bellas y saludables o feas y nocivas. La voluntad es el fuego del que estas plantas reciben el calor necesario para medrar. Si la voluntad es buena, brotarán plantas bellas; si es mala, plantas deformes. El principal objeto de la existencia del hombre en la tierra es la purificación y cultivo de la voluntad, hasta convertirla en una recia potencia espiritual. El único medio para purificar la voluntad es la acción y para lograrlo todas nuestras acciones han de ser buenas, hasta que el obrar bien se convierta en costumbre y se mate todo maligno deseo.
¿De qué te aprovecharía conocer el misterio de la Trinidad y hablar sabiamente de los atributos del Logos, si en el altar de tu corazón no ardiese el fuego del amor divino y si la luz de Cristo no brillase en tu templo? Tu mente, abandonada por el vivificante espíritu, perecerá y tú con ella, si no arde en tu corazón la llama del amor espiritual. Si no amas el bien, más te vale permanecer en la ignorancia, porque así pecarás por ignorancia y no serás responsable de tus actos; pero quienes conocen la verdad y la desprecian, por su mala voluntad, han de sufrir, porque cometen, a sabiendas, el imperdonable pecado contra la verdad espiritual. Al verdadero hombre, en cuyo corazón arde el fuego del divino amor al bien, la Luz le iluminará la mente, le inspirará buenos sentimientos y le moverá a buenas acciones. No necesitará que ningún mortal le enseñe la verdad, porque el espíritu de sabiduría será su verdadero Maestro.
Todas las ciencias y artes profanas son pueriles ante la excelencia de la sabiduría divina. La ciencia del mundo carece de valor permanente, pero la sabiduría divina es eterna y requiere ir acompañada del amor divino, porque de la unión de la sabiduría con el amor procede el poder espiritual. Quien no conoce el amor, no conce a Dios, porque Dios es amor. Y por esto dijo San Pablo que, aunque penetremos todos los miesterios, poseamos todas las ciencias y hagamos buenas obras, nada somos sin el amor divino, pues únicamente por el amor conquistaremos la inmortalidad.
¿Qué es el amor? Un poder universal, dimanante del centro creador del universo. En los reinos elemental y mineral es atracción; en el reino vegetal es rudimentario instinto; en el animal es instinto completo; en el humano es pasión, capaz de transmutarse en dirección a su divino origen o de pervertirse en la abyección. En el reino superhumano, el amor se transmuta en consciente y vivo poder espiritual. En la mayoría de los hombres el amor es un sentimiento pasional; pero capaz de guiar o extraviar a la humanidad. Podemos amar o no una cosa, pero este amor no penetra en las honduras del alma del objeto amado. El amor divino es un don del espíritu residente en nuestro interior; es el resultado de nuestra evolución espiritual y nadie puede sentirlo si no ha llegado a la cumbre de la espiritualidad. Pero el superhombre sabe que es un omnipenetrante poder que brota del centro del corazón y penetra en el corazón del amado y aviva los gérmenes de amor allí latentes. A este Amor espiritual llámale, si te parece mejor, Voluntad espiritual, Vida Espiritual, Luz espiritual, pues es todo esto y mucho más; porque todos los poderes espirituales brotan de un sólo centro eterno y culminan en un poder a manera de cúspide de multilateral pirámide. A este punto, a este poder, a este centro, a esta luz, a esta vida, a este todo, se le llama Dios, la Causa de todo bien, aunque la palabra Dios nada significa para quienes no la comprenden y ni siquiera pueden concebirla, pues no sienten ni conocen a Dios en sus corazones.
¿Cómo obtener este poder espiritual de amor, de buena voluntad, de luz y vida eterna. No podemos amar una cosa si no es buena; no podemos conocer si una cosa es buena o mala sin sentirla; no podemos sentirla sin relacionarnos con ella; no podemos relacionarnos si no la amamos y giraríamos eternamente en un círculo vicioso, sin llegar jamás a la eterna verdad, si no fuera por la influencia continua del Sol Espiritual de Verdad, que en el centro del corazón humano enfoca sus rayos y, atraténdolo instintiva e inconscientemente, transforma el movimiento circular en espiral y mediante la "Luz de Gracia", acerca a los hombres al Centro espiritual, a pesar de sus propias inclinaciones.
Se ha dicho que la inclinación del hombre hacia el mal es más poderosa que la que experimenta hacia el bien y esto es indudablemente cierto, puesto que en el presente estado de evolución son todavía muy intensas las actividades y tendencias animales del hombre, mientras que sus principios superiores no se han desarrollado lo suficiente para enaltecer la conciencia. Pero aunque las inclinaciones animales del hombre son más enérgicas que sus potencias espirituales, la luz eterna y divina que le atrae hacia el centro, es mucho más poderosa y a menos de que el hombre se resista al poder del amor divino y propenda al mal, lo atraerá continua e inconscientemente el centro de amor. Por lo tanto, aunque hasta cierto punto es el hombre víctima inerme de potestades invisibles, es por virtud del uso de su razón un agente libre; pero hasta que su razón sea perfecta no podrá ser completamente libre y únicamente puede perfeccionar su razón vibrando en armotnía con la Razón divina. Por lo tanto, el hombre sólo puede llegar a ser completamente libre obedeciendo a la Ley.
Sólo hay una Razón suprema, una Ley suprema, una Sabiduría suprema, es decir, un sólo Dios, el punto culminante de todos los poderes, tanto espirituales como físicos del Universo; el Centro único, del cual todas las cosas, todas las actividades, todos los atributos, facultades, funciones y principios proceden y en el que todos han de culminar. El hombre puede esperar la realización de sus anhelos si obra en armonía con la ley universal, puesto que la teoría universalmente reconocida de la supervivencia del más apto y la verdad axiomática de que, el fuerte prevalece contra el débil, son tan ciertas en el reino del espíritu como en el reino de la materia. Una gota de agua no puede fluir en dirección contraria a la de la corriente de que forma parte, ¿y qué es el hombre, con toda su vanidad y presunción de sabiduría, sino una gota del océano de la vida universal?
Para obedecer a la Ley, es necesario conocerla; pero ¿en dónde cabe conocer la verdadera ley y distinguirla de la falsa, más que en el estudio de la naturaleza espiritual y material? El ocultista sólo necesita estudiar un libro que contiene por entero la Doctrina Secreta, con todos los misterios, únicamente conocidos de los Iniciados. Es un libro que jamás ha sufrido falsificaciones ni traducciones erróneas ni fraudes piadosos ni interpretaciones absurdas; y que está al gratuito alcance de todos y todos pueden comprenderlo sin distinción de idiomas. El título de este libro es M., que significa: El Macrocosmos y el Microcosmos, compendiados en un volumen. Para leer este libro correctamente se han de emplear, a un tiempo, la vista de la mente y la del espíritu. Si tan sólo ilumina sus páginas la fría luz de la luna, la luz del cerebro, parecerán muertas y aprenderemos únicamente la letra impresa; pero si las alumbra la luz divina del amor que irradia del centro del corazón, se vivificarán y rotos los siete sellos que cierran algunos de sus capítulos se levantará velo tras otro y conocermeos los divinos misterios que oculta el Santuario de la Naturaleza.
Sin la divina luz del amor, es inútil escrutar en las tienieblas del profundo misterio. Quienes estudian la Naturaleza a la luz externa de los sentidos, solo conocerán de ella su máscara y en vano pedirán que se les revelen los misterios, que únicamente con la luz del espíritu cabe desentrañar, porque la luz del espíritu brilla eternamente en las tinieblas, pero las tinieblas no la comprendieron.
¿En dónde encontrar esta luz del espíritu más que en nuestro espíritu? El hombre sólo puede conocer lo que en su interior existe. No puede percibir realmente objeto alguno, sino únicamente sus imágenes y experimentar las sensaciones producidas en su conciencia por los objetos exteriores. Todo cuanto posee el hombre, excepto su aspecto externo, es un epítome, una imagen, una contraparte del universo. El hombre es el microcosmos y en él está en gérmen, o más o menos desarrollado, todo cuanto la Naturaleza contiene. En él residen Dios, Cristo y el Espíritu Santo. En él están la Trinidad, los elementos de los reinos mineral, vegetal, animal y espiritual, el cielo, el infierno y el purgatorio; todo en él está contenido, porque es imagen de Dios y Dios es la Causa de todo lo existente y nada existe que no sea manifestación y substancia de Dios.
El universo y todo cuanto contiene es manifestación de la Causa o Poder Supremo a que los hombres llaman "Dios". Para estudiar las manifestaciones de este poder, hemos de estudiar las impresiones que produce en nuestro interior. Sólo podemos conocer lo que en nuestro interior existe y, por lo tanto, aun el estudio de la naturaleza externa no es ni puede ser nada más que el estudio del Yo, es decir, el estudio de las sensaciones internas producidas por causas externas. Sólo puede el hombre conocer realmente lo que en su interior percibe y todos los llamados conocimientos de las cosas exteriores son meras especulaciones e hipótesis o, a lo sumo, verdades relativas.
Por lo tanto, los que buscan un Dios externo, mientras niegan a Dios en su corazón, le buscarán en vano. Quienes dicen que adoran a un desconocido rey de la creación y sofocan el recién nacido en la cuna de su corazón, adoran una ilusión. Si deseamos conocer a Dios y obtener la Sabiduría Divina, hemos de estudiar la actividad del Divino Principio en nuestro interior, escuchar su voz con el oído de la mente y leer sus palabras con la luz de su amor divino, porque el único Dios del que puede el hombre conocer algo, es su propio Dios individual, idéntico al Dios del Universo. El Dios universal se individualiza o encarna en el hombre y el hombre se convierte en Dios cuando obtiene el perfecto conocimiento de su propio Ego divino, es decir, cuando Dios ha logrado en el hombre el conocimiento de sí mismo.
No puede, por lo tanto, haber Sabiduría Divina sin el conocimiento del Ego y quien lo conoce es sabio. No presuman los cientistas y teólogos de conocer su divino Ego. Si lo conociesen poseerían poderes divinos, a que los hombres llaman sobrenaturales, porque son rarísimos entre la humanidad.Si los hombres se concociesen a sí mismos, no necesitarían predicadores ni doctores, ni libros, ni instrucciones. Bastaríales su Dios eterno. Pero la sabiduría profana no es de Dios. Procede de libros y fuentes externas y falibles. La conciencia del yo soy yo, que el hombre ordinario experimenta, no es la del yo personal que ha de perecer antes de que el dinivo Ego se conozca a sí mismo. Los hombres no concen bien su yo personal, porque su concocimiento los horrorizaría. La envidia, codicia, lujuria, gula, ira y demás pasiones siniestras dominan a la generalidad de los hombres y consituyen los elementos ilusorios de su yo personal. Unicamente es inmortal en el hombre el Espíritu divino y tan sólo los elementos perfectos y puros que se unan al espíriritu, continuarán viviendo en él y por medio de él.
El Ego divino no experimenta el sentimiento de separación que domina al yo personal, ni distingue entre sí mismo a los demás seres humanos, pues se reconoce él mismo en todos ellos. El Ego es el Dios a quien únicamente puede conocer el que se ha divinizado. Es el Cristo que jamás puede ser comprendido por el Anticristo, que lleva en la frente el signo de la Bestia, símbolo de inteligencia sin la espiritualidad o la ciencia sin amor divino. Este Dios únicamente puede conocerlo la verdadera Fe, sabiduría espiritual, que penetra hasta el centro ardiente de amor que en nuestro corazón existe. Es el centro de Amor, de Vida y Luz, el origen de todos los poderes. En él laten contenidos todos los gérmenes y misterios de la revelación divina; y si encuentras la luz que de aquel centro irradia, no necesitarás más enseñanzas, pues habrás encontrado la vida eterna y la verdad absoluta.
El gran error de nuestra época intelectual es creer que cabe llegar al conocimiento de la verdad por mera especulación científica, filosófica o teológica. Esto es falso, porque si bien el conocimiento teórico del ocultismo ha de preceder a la práctica, de nada sirve la teoría si no la confirma la experiencia. ¿De qué servirá hablar del amor sin sentir la influencia divina del amor? ¿De qué le servirá hablar de la sabiduría al ignorante? Nadie puede ser artista, militar o político con mera erudición libresca. Así tampoco el poder espiritual puede obtenerse por mera especulación, sino que requiere práctica. Para conocer el bien, hemos de pensar y obrar bien; para poseer sabiduría, hemos de ser sabios. El amor no expresado en obras no es válido. La caridad puramente ideal de nada sirve. Es necesario concretarla en acción. Toda acción provoca la reacción. Por lo tanto, la práctica de buenas acciones robustecerá nuestro amor al bien y, a su vez, el amor al bien se manifestará en buenas acciones.
Quien obra mal, porque no sabe obrar bien, es digno de compasión; pero quien sabe obrar bien y conoce que está obligado a obrar bien y, sin embargo obra mal, marece condenación. Por lo tanto, toda enseñanza referente a la vida superior es peligrosa para quien, sabiendo distinguir entre el bien y el mal, escoge el sendero del mal, porque entonces su responsabilidad es mucho mayor. Estas cartas no se hubieran escrito si no cupiera la esperanza de que alguien no se contraería a comprenderlas intelectualmente, sino que entraría en el camino práctico, cuya puerta es el conocimiento del Yo, que conduce a la unión con Dios y cuya primera consecuencia es el reconocimiento de la Fraternidad Universal de la Humanidad.