Mientras las teorías que parecen querer unir los destinos de dos pueblos, el inca y el judío, se multiplican, las coincidencias históricas se detienen en la diferente suerte que les tocó correr al final del camino. Quién sabe, tal vez algún día, la cultura incaica, al igual que la judía -cuyo desarrollo jamás fue interrumpido- vuelva a florecer. El historiador peruano Luis Valcárcel lo denomina "político y artista, la más esclarecida personalidad de la América antigua". Para su colega inglés Sir Clemens Markham, fue "el más grande hombre que ha producido la raza aborigen de América". Se llamaba Pachakutec, "transformador del mundo", y en el siglo XV de la era común crea un imperio. Porque con este noveno Inca se inicia la expansión de su pueblo que, en una campaña comparable a las de Alejandro Magno, en menos de un siglo gobernaría sobre casi dos millones de kilómetros cuadrados, desde el norte del Ecuador hasta Chile central. Machu Picchu es "viejo pico", la intacta fortaleza que sirvió de refugio para los gobernantes incas cuando su capital, Cuzco, cayó en manos del invasor español. Desde allí se realizó durante varios lustros un desesperado esfuerzo por conservar la cultura incaica. "La ciudad de la última esperanza", la designó Juan Larrea. Una esperanza malograda ante las invencibles armas de fuego de la Corona de Castilla. En el año 1572, a cuatro décadas de iniciada la conquista real, el Virrey Francisco de Toledo envió cinco mil hombres armados para saquear toda la región. Enfrentados con la inminente derrota, los incas decidieron abandonar la urbe precolombina. Machu Picchu queda solitario hasta que el mundo científico pudo descubrirlo en 1911, cuando el arqueólogo hawaiano Hiram Bingham, de la Universidad de Yale, llegó a su cima.
En Israel
Desde las costas de Etsión Guever, en el Mar Rojo, partía, hace tres mil años, la flota de los marinos del rey Salomón, asociados con los del rey fenicio Jiram. Eso lo refiere la Biblia, y la historia lo complementa: Jiram, hijo de Avival, fue quien logró expandir el reino fenicio por el Mediterráneo. Mantuvo excelentes relaciones políticas con David y con Salomón y, allá por el 950 a.e.c., despidió a sus marinos que zarparon desde Etsión Guever (cerca del actual Eilat) hacia Ofir. De Ofir, sabemos que era un país famoso por su oro. Desconocemos su situación precisa. Se intentó identificarlo con la India, con alguna isla del Mar Rojo, con la costa oriental africana... ¿Y si fuera América? Las conclusiones serían sorprendentes: los marinos israelitas habrían arribado al Nuevo Mundo dos mil quinientos años antes que Colón. Hay bibliografía al respecto. En 1618 un soldado portugués, Ambrosio Fernandes Brandao, publica "Diálogos das grandezas do Brasil", en donde sostiene que los indígenas brasileños eran descendientes de los hebreos que habían alcanzado América durante el reinado de Salomón. En 1968, el semitista norteamericano Cyrus Gordon presentó una tableta fenicia encontrada en América en 1872, como posible prueba de que la escuadra del rey Jiram había, efectivamente, viajado al continente. En su libro sobre civilizaciones americanas, Aldo Ottolenghi sostiene haber "clasificado en América del Sur escrituras sumamente parecidas a las semitas... Dos escrituras similares no pueden surgir porque sí, por arte de magia, en dos pueblos alejados. Tiene que haber existido en época lejana un contacto cultural directo o indirecto... La técnica de construcción del Templo de Salomón es la misma empleada en la construcción del templo de Cuzco. Existe, además, una serie de sorprendentes parecidos; por ejemplo, en la pena para los adúlteros, que eran condenados a muerte mediante lapidación, tanto en las civilizaciones del Cuzco como entre los antiguos judíos".
Coincidencias Históricas
Al margen de estas especulaciones sobre conexiones entre nuestros remotos antepasados y los aborígenes americanos, existen coincidencias históricas que merecen considerarse. ¿Por qué motivo se derrumbó el memorable imperio inca en tan poco tiempo? ¿Por la acción de un conquistador analfabeto, Francisco Pizarro, comandante de sólo ciento ochenta hombres y algunos caballos? Ya en 1522, una década antes que Pizarro, Pascual de Andagoya había intentado una expedición al Perú que culminó con el fracaso. Gobernaba entonces el undécimo Inca, Huayna Cápac. Con su muerte, en 1525, estalla una lucha fratricida entre sus dos hijos, Huáscar y Atahualpa, que se disputaban la herencia al trono. Esta guerra civil fue la circunstancia propicia para la invasión de Pizarro. En enero de 1531, el español parte desde Panamá con el propósito de descubrir y conquistar los territorios del sur del Pacífico, que se tenían por inmensamente ricos. Llega el momento oportuno: la guerra civil desgarra al otrora unido Tahuantisuyo, y tanto Huáscar como Atahualpa procuran ganar para sí al irruptor europeo. Dieciséis siglos antes, Jerusalem había protagonizado una experiencia similar. Fallecida la reina Salomé Alejandra, sus hijos Hircano II y Aristóbulo, la última generación hasmonea, combaten entre sí por el poder. Cuando se acerca el ejército romano de Pompeyo, ambos hermanos enfrentados solicitan la ayuda del invasor. Pompeyo capitaliza para su imperio el conflicto fratricida y conquista Israel para Roma (año 63 a.e.c.). Así se pone fin al siglo de independencia judía en el país, que habían iniciado los macabeos. Volvamos a América. Atahualpa vence a su hermano mayor Huáscar y lo hace ahogar. En la batalla de Ambato decapita al general inca Atoco y bebe la sangre caliente de su cráneo. Adquiere de ese modo "el ánima de todos los cuzqueños". Una vez triunfante, dispone de treinta mil hombres para enfrentar al puñado de Pizarro. El conquistador español, en astuta treta, logra capturar al nuevo Inca y exige un rescate fabuloso en oro a cambio de su libertad. A pesar de que el precio es pagado, ejecutan a Atahualpa, cabeza de un estado teocrático y de un gobierno absolutamente unipersonal. El imperio inca, anárquico y deshecho por las crueles luchas internas, llegaba a su fin. Entre 1536 y 1572, los últimos representantes de la reyecía incaica, se mantuvieron a la defensiva en la inexpugnable región de Vilcabamba. Allí, a la margen izquierda del río Urubamba, a 2.380 metros sobre el nivel del mar, se yergue, en importante panorama, Machu Picchu. Según su descubridor Bingham es "la cuna y tumba de la civilización incaica". Retomemos la cuestión del origen de esta civilización. El cronista Miguel Cabello Valboa explica en su libro "Miscelánea Antártica", de 1586, que una expedición de hebreos había llegado al Perú y regresado a Israel con apreciable cargamento de oro. Se trataba de la tierra de Ofir, de cuyo nombre, según dicho autor, "Perú" no es sino una deformación. Y si creemos poco factibles los vínculos de Salomón con los constructores del Machu Picchu que fundara Pachakutec, veamos otra suposición, algo más difundida. En 1642, el navegante marrano holandés Arón Levi de Montezinos, descubrió un grupo de indios en estas tierras. Según Montezinos declaró bajo juramento al tribunal rabínico de Amsterdam, los nativos recitaban el "Shemá" y conocían otros rituales judíos. El entonces rabino principal de Holanda, Menashé ben Israel, escribe "La esperanza de Israel", en donde afirma que los aborígenes de América descendían de las Diez Tribus Perdidas de Israel, aquellos treinta mil hebreos transportados por los asirios en el siglo VIII a.e.c. En 1650, Thomas Thorowgood publica en Londres su obra "Judíos en América o probabilidades de que los americanos sean de esa raza". Si bien es sabido que a las Diez Tribus se les han atribuido las descendencias más variadas (afganos, ingleses, japoneses, etc.), no es menos cierto que las teorías que identifican su posteridad con los nativos de América se reiteran. Viscount Kingsborough sostuvo que los descendientes de las Diez Tribus fueron los mejicanos, y otros definieron que su trayecto fue a través del estrecho de Aninaí (lo que hoy denominamos Behring), que permitió el paso de los exiliados hasta su establecimienten Sudamérica. Las semejanzas halladas incluyen la observancia del levirato y desgarrar la ropa en señal de duelo. Diego Andrés Rocha, jurisconsulto miembro de la audiencia de Lima, escribió en 1681 su "Tratado único y singular del origen de los indios del Perú, México, Santa Fe y Chile", en el que defiende también la tesis de las Diez Tribus inmigrando a América. El teólogo norteamericano Ezra Stiles (1727-1795), séptimo presidente de Yale, buscó en los indios de su país a los descendientes de las Tribus. Tal vez sólo un zonzo chauvinismo podría alentarnos para querer encontrar el genio judío aun en las maravillas que legaron los incas, pero más allá de esta posibilidad, resulta también destacable que a la caída de aquel imperio, hayamos tenido con los incas perseguidores comunes. La Corona de España concluía su expulsión de hebreos en la península y comenzaba su ataque en las tierras invadidas. Por su parte, la Iglesia llevaba a cabo persecuciones y conversiones forzadas, en Europa con el pueblo judío, en el Perú con los incas. A un mismo tiempo, a fines de 1532, cuando el conductor pseudo-mesiánico judío Shlomó Moljo era quemado en la hoguera en Mantua por resistirse a la conversión, muy lejos de allí, Atahualpa rechazaba en su tierra la evangelización que le proponía el fraile Vicente Valverde, y también sería ejecutado. Aquí concluye la coincidencia. Porque Israel ha recobrado definitivamente su tierra, y jamás ha interrumpido la creación de su cultura. La civilización quechua, por el contrario, no tuvo jamás ningún tipo de reparación por la destrucción sufrida. Quizás el futuro cercano nos regale un justo florecimiento de la cultura incaica en su suelo. Quien podría desbaratar nuestras conjeturas sobre la descendencia americana de las Diez Tribus es nada menos que Rabí Akiva (siglo II a.e.c.). Basándose en una metáfora bíblica, el sabio judío dictamina en la Mishná: "Las Diez Tribus jamás retornarán". Cuzco, hoy capital arqueológica del continente, fue la principal ciudad de los incas. En quechua significa "ombligo (del mundo)". Así llama el Talmud a Jerusalem.
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