Todo ser humano posee algún grado de “percepción suprasensible” que le mantiene en contacto con el Mundo Espiritual, aunque sea de forma inconsciente, si bien se suele dejar en el ámbito del azar, la suerte o de lo inexplicable y misterioso. De ese nivel de comunicación e intercambio depende la salud anímica del hombre.
Por ello se hace necesario un adecuado posicionamiento frente al tema del placer y del dolor, del sufrimiento y bienestar o beatitud, que intentamos abordar unido a la comprensión del “karma” que nos aportó Rudolf Steiner, con una mentalidad actual sobre un tema tan complejo, ya que nos encontramos hoy con toda clase de posturas al respecto, desde las más usuales acomodaticias a las derrotistas y pesimistas, desde las psicopáticas triunfalistas del “sistema establecido” a las ilusorias de los postulados de la “New Age”.
En la antigüedad se entendía que el placer y el bienestar era la consecuencia del asentimiento o conformidad de los dioses a las acciones humanas, y el dolor o sufrimiento como un castigo divino por los errores cometidos por el hombre. El mecanismo del “karma”, tal como dice Steiner, funciona objetivamente como elemento de compensación de los efectos desestabilizadores o inarmónicos que sobre la estructura del Cosmos hayan podido desencadenar nuestras acciones irreflexivas o inadecuadas del pasado.
En el estudio del comportamiento, en el ámbito de lo biológico de la Naturaleza, se explica el mecanismo del placer y del dolor como necesario para el cumplimiento de la función básica de premiar ciertas conductas, las que son más adecuadas para la supervivencia de la especie, y para el castigo de las menos adecuadas y peligrosas, con las enfermedades y la muerte. En este sentido, la salud, o sea la armonía con la Naturaleza produce naturalmente bienestar y satisfacción, tanto a nivel biológico como psíquico; la ausencia de armonía o de salud ética y moral es un indicio de que algo no va bien, y produce sufrimiento y dolor, advirtiendo de las conductas erróneas a modificar. Más allá de esta función de alerta, la alabanza del dolor y del sufrimiento no parece que tenga razón de ser.
A nivel biológico sabemos que son las endorfinas las sustancias que posibilitan el bienestar dentro del cuerpo físico, que percibimos a través del Sistema Nervioso Central mediante los neurotransmisores. Es como si los dioses, que no nos pueden hablar directamente, lo hicieran a través de nuestro cuerpo.
La Iglesia Católica, la institución más antigua y poderosa en el mundo civilizado, nos ha acostumbrado a interpretar nuestra relación con la realidad bajo el sentimiento omnipresente de la culpa. Cuando sucede algo que nos daña, y por tanto, provoca sufrimiento, una parte de nuestra alma siente que está siendo castigada, de forma más o menos consciente, con la conclusión de que somos seres indignos y miserables, sentimiento que nos aleja de Cristo.
Ante la sensación de que todas las dificultades e infortunios, todo lo que nos produce sufrimiento como resultado de nuestras acciones erróneas pasadas, algo por tanto merecido, la postura que ha de adoptar el alma debe ser la de humildad, entrega incondicional y confianza en la comprensión del Señor del Karma humano, que es el Cristo. Confiar en que el Mundo Espiritual, y el Cristo no van a permitir que nos enfrentemos a algo que no podamos superar y que no contenga un sentido vital para nosotros. Sabemos que con esta confianza ha habido almas humanas que han sido capaces de trasformar las experiencias más aberrantes y monstruosas, como es el caso de los campos nazis de exterminio, en facultades constructivas para ellos y para el provecho de los demás seres humanos.
El sufrimiento no debe nunca convertirse en objeto de culto, justificando o practicando posturas de ascetismo o masoquismo espiritual. Tampoco podemos dejarnos engañar por los dictados y propuestas del sistema establecido, que propugna una completa sumisión, en función de sus espúreos intereses, en una línea de comportamiento conducente al bienestar y la felicidad, pero con el resultado de una desestructuración anímico-espiritual carente de valores en el ser humano.
El sufrimiento no debe nunca convertirse en objeto de culto, justificando o practicando posturas de ascetismo o masoquismo espiritual. Tampoco podemos dejarnos engañar por los dictados y propuestas del sistema establecido, que propugna una completa sumisión, en función de sus espúreos intereses, en una línea de comportamiento conducente al bienestar y la felicidad, pero con el resultado de una desestructuración anímico-espiritual carente de valores en el ser humano.
El sufrimiento, como consecuencia de los problemas que se originan en un mundo material es inseparable de la ignorancia, entendida como ausencia de plenitud, no del conocimiento o sabiduría, que produce beatitud, al posibilitar comportamientos divorciados de la realidad suprasensible. La sabiduría implica la unión con la realidad trascendente, al margen de las limitaciones del mundo material, con su cobertura de ilusión y falsedad. Muy pocos seres se hallan libres de las restricciones de este mundo físico, y por tanto al margen del sufrimiento y poseedores del verdadero conocimiento trascendiendo toda ilusión. En el resto, la presencia del sufrimiento nos indica el largo camino de desarrollo espiritual que todavía nos queda.
Luis Rene Vallenas
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