¿Hasta qué punto la constitución del ser humano es imagen o reflejo del Ser divino? Nos encontramos aquí con una cuestión que preocupó desde el principio a la reflexión cristiana. Ya San Agustín veía la imagen de la Trinidad en el hombre y establecía analogías entre las Personas de la Trinidad y las "potencias" o "facultades" del alma: la memoria decía relación al Padre; el entendimiento, al Hijo; la voluntad, al Espíritu Santo. Y también hallamos en otros autores la conexión entre el espíritu del hombre y el Padre; el cuerpo y el Hijo; el alma y el Espíritu Santo.
Por otra parte, es conocido el paralelismo entre las cuatro letras del Tetragrama (Iod-He-Váu-He, una de las cuales, la He, se repite) y los cuatro elementos. Y así tenemos las correspondencias Iod (Padre)-fuego; Váu (Hijo)-tierra y He-He (Espíritu Santo)-aire/agua, lo que implicaría las analogías espíritu-fuego, cuerpo-tierra y alma-aire/agua. De este modo, el aire vendría a significar el nivel más "espiritual" del alma, y el agua, su nivel más "corpóreo", una descripción que nos ayudaría a comprender una dimensión del ser humano comúnmente citada en la tradición esotérica y apenas mencionada en el cristianismo por razones de prudencia y de pedagogía: el "doble". En efecto, al igual que la parte superior del alma es un puente con el espíritu, la parte inferior nos conecta con el cuerpo, con el consiguiente riesgo de materialización.
Evidentemente, si dentro del Tetragrama no hay diferencia de nivel entre las letras, no ocurre lo mismo entre los componentes del ser humano. Aquí el plano superior es el del espíritu; el inferior, el del cuerpo; y el intermedio, el del alma.
Por otra parte, es conocido el paralelismo entre las cuatro letras del Tetragrama (Iod-He-Váu-He, una de las cuales, la He, se repite) y los cuatro elementos. Y así tenemos las correspondencias Iod (Padre)-fuego; Váu (Hijo)-tierra y He-He (Espíritu Santo)-aire/agua, lo que implicaría las analogías espíritu-fuego, cuerpo-tierra y alma-aire/agua. De este modo, el aire vendría a significar el nivel más "espiritual" del alma, y el agua, su nivel más "corpóreo", una descripción que nos ayudaría a comprender una dimensión del ser humano comúnmente citada en la tradición esotérica y apenas mencionada en el cristianismo por razones de prudencia y de pedagogía: el "doble". En efecto, al igual que la parte superior del alma es un puente con el espíritu, la parte inferior nos conecta con el cuerpo, con el consiguiente riesgo de materialización.
Evidentemente, si dentro del Tetragrama no hay diferencia de nivel entre las letras, no ocurre lo mismo entre los componentes del ser humano. Aquí el plano superior es el del espíritu; el inferior, el del cuerpo; y el intermedio, el del alma.
¿Cómo explicar en el ser humano el tránsito desde el estado de semejanza con el Tetragrama a la condición ulterior? El pecado original, como acto voluntario del hombre primordial, obtuvo su objetivo, la autoafirmación del yo, con la consiguiente caída en el mundo espacio-temporal, que acarrea la contradicción entre un yo que se identifica con el Ser y una circunstancia siempre cambiante, entre la experiencia de lo idéntico y la del tiempo fugitivo, entre el "acto puro" y la mera posibilidad. Es verdad que sólo Dios es Acto puro por esencia, pero el hombre podía serlo por participación gratuita. El hombre pasó, pues, de la experiencia de la eternidad a la del tiempo sucesivo, el cual no destruye al espíritu, pero lo extravía de su verdadera vocación, lo convierte en mero proyecto, radicalmente inacabado por definición. Y, análogamente, el cuerpo que en principio era pleno e idéntico a sí mismo, experimenta cómo su vida se vuelve otra que él y, finalmente, se le escapa. De esta manera, el reflejo del Tetragrama en el hombre queda oscurecido. Y si bien se conserva de algún modo la imagen de Dios en el hombre, éste aparece gravemente perturbado en su existencia.
¿Cómo explicar los efectos del pecado original? "Por el pecado, la muerte". Un espíritu encarnado, situado en la encrucijada vida/muerte optó por ésta última. Consecuencia de la separación del Yo respecto del Ser: el cuerpo se desintegra y pierde su unidad al situarse al margen de Dios, pero queda una "base" o un "componente" incólume a partir del cual puede reconstruirse el "cuerpo de resurrección" (¿cómo si no podría producirse la resurrección?). Por consiguiente, el cuerpo no es propiamente lo perecedero, sino lo que permanece en medio de los cambios, el "esquema" invariable. De no intervenir el pecado, el cuerpo no hubiese caído en el devenir, al menos en el devenir que desgasta y destruye. Y es que a lo largo de la vida puede reintegrarse el espíritu, pero no el cuerpo; en cuanto al alma, su situación es provisional y subordinada a la existencia de un cuerpo mortal; de ahí su carácter ambiguo, reservado al intervalo entre nacimiento y resurrección, lo que explica también su permanente conexión con el doble, en especial tras la muerte del cuerpo físico; no parece que el alma tenga un papel tras la resurrección, puesto que el cuerpo se hallará entonces al mismo nivel del espíritu. En cuanto al espíritu, inmortal como es no puede disolverse por el pecado, pero sí errar hasta que sea restituido a su estado primordial.
Si nos fijamos ahora en el Pentagrama, es decir, en el nombre "Jesús", observaremos una particularidad curiosa: el Schin característico de la naturaleza humana tiene un valor de 21 ("triangular" de 6, valor de Vau), que es también el valor del nombre de tres letras Iod-He-Vau, de manera que la naturaleza humana es a imagen y semejanza de dicho nombre (conexión con la revolución del "Sol negro"). Tres letras que se reflejarían perfectamente en la tricotómica descripción de las potencias o de los constitutivos del hombre que aparecen en algunos Padres. Al reunir la estructura cuaternaria del Tetragrama y el 21 de la letra Schin, el Pentagrama expresa el prototipo a imagen del cual ha de ser comprendido el ser humano. La primera, de por sí única e inimitable, designa la Trinidad en la que se explicita el doble aspecto del Espíritu Santo; en cuanto a la Schin, cuyo valor equivale al del nombre divino de tres letras, a la vez que es el "triangular" de 6, valor de Vau (el Hijo) y modelo del cuerpo, refleja simultáneamente la constitución ternaria del hombre y el cuerpo reintegrado o retrotraído a la unidad (21=6+5+4+3+2+1). Tras la resurrección no hay en Cristo residuo de la dualidad "doble"-cuerpo, siempre implícita en el cuaternario de los elementos, en el que la dualidad aire/agua guarda analogía con la dualidad entre el aspecto "espiritual" del alma y el "doble", su dimensión inferior y más próxima al cuerpo. De este modo, el 21 de la naturaleza humana puede verse también como la expresión del cuerpo resucitado. Y, dado que Cristo es el prototipo, lo mismo ha de ocurrir con quienes siguen sus pasos.
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