En la etapa del Alma Sensible el ser humano estaba conectado directamente con la realidad que le circundaba a través del sentimiento y de una percepción no mediatizada por el pensamiento. Totalmente integrado en la realidad, formaba parte de ella y sentía conjuntamente con ella, no se cuestionaba su papel en el mundo.
Cuando decaen las facultades propias de este tipo de configuración anímica se plantean las propias del Alma Racional. Hay una desvinculación con el entorno y sentimiento de aislamiento que hace que el hombre se plantee su destino y el profundo sentido de las cosas, del sufrimiento en la vida y acerca de la verdad. En esa época tenemos el surgir del pensamiento como un instrumento para empezar a conocer la realidad y el papel que el hombre tiene en el mundo. Es el inicio del ejercitamiento del juicio y la crítica, que se manifiestan en los primeros autores griegos y en el nacimiento de la filosofía, al mismo tiempo que de un pensamiento racional, aunque cargado de emotividad
El Desarrollo del Alma Consciente
En esta nueva etapa anímica de despertar de la conciencia se hace una especie de recapitulación, como impulso espiritual de las etapas anteriores, que se pueden caracterizar en lo cultural en los siglos XV y XVI desde Italia del alma sensible (en el Renacimiento) y desde el XVII en Francia del alma racional (con
Posteriormente es en la cultura germano-anglo-sajona (británicos y alemanes) en donde se va a caracterizar plenamente la época del Alma Consciente con la revolución industrial. A partir del siglo XVIII, en el XIX y sobre todo en el XX, después de la 2ª guerra mundial, estos pueblos que la representan, y en su extensión al continente americano, son los que van a ejercer la dirección real en todo el planeta.
¿Qué es lo que caracteriza a la época del Alma de Conciencia hoy día?. ¿Qué es lo que ha pervertido los impulsos espirituales correctos de fraternidad en lo económico, de igualdad en lo político-jurídico y de libertad en el pensar?. ¿Qué es lo que mueve las voluntades de más de 6000 millones de seres humanos que habitan el planeta? La respuesta es clara y terminante: el dinero, se quiera o no, en manos de oligopolios de empresas multinacionales unidos a los sistemas financieros globales, conjuntamente con la libertad de la economía en todo el mundo regida por el liberalismo o neo-liberalismo económico, asumido a nivel internacional por todo el poder mundial, con el movimiento total de capitales, beneficios ilimitados, etc.
Libertad en el Pensar y Fraternidad en lo Económico
Es una tergiversación de la libertad de pensamiento que tenía que producirse en el siglo XIX: los libre-pensadores; las personas no tienen que estar sometidas, en su capacidad pensante, a ninguna doctrina o creencia, ideologías, raza, sexo o estado, sino a su propio yo. Los procesos culturales y educativos han de posibilitar el funcionamiento autónomo del pensamiento en los procesos de individualización necesarios en la época del Alma Consciente.
Aunque en la realidad que observamos a nuestro alrededor, no es así, lo que sí debería de estar condicionado y regulado por leyes es precisamente la economía, que no se puede mover en absoluta libertad, sino en base al concepto de fraternidad. La economía en plena libertad significa que todo el que pueda va a ejercer los estímulos y a poner los mecanismos para optimizar una producción en base al beneficio exclusivamente personal, sin leyes que le limiten o impidan tal ejercicio.
¿Qué pasaría con la economía si no existiera el dinero, si sólo existiera lo que cada uno necesita como es vivienda, comida, vestido, etc.?.¿Cómo nos íbamos a proveer de todo eso?. Nos daríamos cuenta de que lo importante no es el dinero, que el mismo desapareciese, sino quedarnos sin lo que tenemos (ropa, casa, coche, colegio, etc.). Es esencial el diferenciar entre las estructuras actuales montadas en base al dinero, al trabajar por un sueldo, etc., de la posibilidad de llegar a ser consciente de que si yo produzco algo no es únicamente para mi, sino para los demás, a los que a su vez necesito para vivir, desde un jersey a unos zapatos, todo el intercambio de artículos está sometido a un juego de necesidades mutuas a las que todos servimos para poder nutrir las propias de cada uno en un bien común. En realidad miles de personas están trabajando para permitirme desarrollar mi existencia, y mi trabajo al fin y al cabo siempre es para los demás, no para mi mismo, en ese juego de contraprestaciones mutuas que es la vida social y económica. Si piloto un avión, por ejemplo, no es por el sueldo, sino porque ayudo a desplazarse a 200 personas que lo necesitan. Sin embargo ese proceso se ha pervertido a través del ciclo económico en los últimos siglos y por eso ahora todos creemos que trabajamos exclusivamente para nosotros mismos. El desarrollo profesional es absolutamente egoísta y sin embargo entendemos que eso es lo normal y conveniente. Pero lo importante es lo que cada uno de nosotros aporta a los demás y lo que muchas personas, los demás, nos aportan con su trabajo a lo largo de nuestra vida.
Hijos del Siglo XX
Todos los procesos culturales están basados en teorías de conocimiento, o fundamentos filosóficos que los dirigen. En este sentido todos nosotros somos “hijos del siglo XX”, inmersos en una cultura que se ha estado preparando desde hace algunos siglos, y por eso pensamos como lo hacemos, en normas y creencias que desde la infancia nos han sido enseñadas y que consideramos y creemos verdaderas. En nuestra época de desarrollo de la conciencia individual sería el momento de poner en cuestión todo eso aprendido y darnos cuenta de la gran cantidad de cosas que “sabemos” pero que no son verdaderas. Salvo que seamos analfabetos y marginados socialmente todos estamos educados en base a una civilización occidental que se ha extendido a todo el mundo, desde Europa y América a Asia y desde África a Australia. Es una influencia que viene de los Estados Unidos de América, y está fundamentada en una gnoseología que procede de Europa, concretamente algo de Francia y Alemania, pero fundamentalmente dirigido desde Inglaterra en lo económico, fermentado en USA y expandido al resto del mundo.
Durante miles de años la humanidad había estado vivenciando que los pensamientos son seres vivos que desde el mundo espiritual se manifiestan en la mente humana, que recoge esos pensamientos y los ordena y comprende adecuándolos al mundo físico material. En el siglo XV, como hemos visto comienzo del desarrollo de la conciencia, determinadas personas empiezan a experimentar que su pensamiento nace en su cerebro: “pienso, se me ocurre, tengo ideas elaboradas por mi”. Se va desvaneciendo toda posibilidad de percibir el pensamiento como un regalo, cual lluvia procedente del mundo espiritual, proceso que culmina en los siglos XIX y XX con la expansión de la cultura y la alfabetización de grandes masas de población; se genera una ola cultural que desvanece cualquier conocimiento (que no creencia) espiritual.
Surge el concepto de propiedad intelectual, regida por el dinero, los derechos de autor, la propiedad intelectual, creaciones mentales que tienen un autor. Es un proceso paralelo al aislamiento, al sentimiento de no pertenencia a un grupo, a la importancia personal. Yo soy el que importo, por encima de la familia, raza, país, etc, cada uno es cada uno, con toda su miseria y grandeza. Retrospectivamente, si volvemos la mirada hacia atrás en el tiempo la importancia grupal era mayor, el individuo era importante en función del grupo al que pertenecía. En la época del alma consciente nos consideramos yoes individuales. Es un proceso evolutivo por el que el ser humano tiene que pasar porque es lo previsto en el plan evolutivo divino, pero es evidente cada día más que el hombre habrá de concienciar y enfrentarse a la problemática del egoísmo que rige la individualización, fundamentalmente mediante el incremento de las fuerzas del pensamiento en relación con los sentimientos personales, en esa disyuntiva inevitable que parece oponer al individuo con el exterior: estoy yo sólo y está el mundo, el sujeto y el objeto aparentemente contrapuestos. Y a la vez en ese desarrollo, a partir de mediados del siglo XX, se constata un impulso revolucionario consistente en la nueva toma de posición de la mujer, el aspecto femenino del ser humano, que va a tomar para sí también el impulso de la individualización; deja de estar secuestrada por la masculinidad para actuar autónomamente en el entramado social.