sábado, 29 de enero de 2011

Homenaje al Aprendiz Masón




A L.•.G.•.D.•.G.•.A.•.D.•.U.•.
Gran Logia de los AA.•. LL.•. y AA.•. Masones de la República del Perú
Fundada el 25 de marzo de 1882 E.•.V.•.
"Año del 130º Aniversario de la Inmolación del M.•.R.•.H.•. Francisco Bolognesi Cervantes, Gran Maestro Emérito"

Por: Q.·.H.·. Carlos Francisco Valenzuela Martínez, Aprendiz Masón de la R.·.L.·.S.·. Concordia Universal Nº 14 del Vall.·. de La Perla, Callao

No vale tanto el hombre por la verdad que posee o dice poseer como por el esfuerzo sincero que le ha costado conseguirla; porque sus poderes no aumentan al poseer la verdad, sino por el contrario al investigarla, que es en lo único en que consiste su perfectibilidad. Las riquezas y las posesiones, adormecen las energías del hombre y le llenan de pereza y de vanidad. Si Dios me ofreciese con su mano derecha la verdad absoluta y con la izquierda únicamente el intenso impulso interno hacia la verdad, y me dijese: ¡Elije!, me asiría humildemente a su mano izquierda, aún a riesgo de exponer a la humanidad a errar continuamente y le diría: “Oh, Padre mío, dame lo que tienes en esa mano; porque la verdad absoluta sólo a ti te pertenece”.

Desde el momento de la iniciación, la Francmasonería enseña a sus adeptos que la Verdad es un atributo de la divinidad y base fundamental de todas las virtudes. Su búsqueda, es sin duda el primer y fundamental deber del masón, quien debe esforzarse en comprender lo que verdaderamente significa serlo, poniendo en práctica la iniciación simbólica que ha recibido. La vida humana es, pues, un camino, una senda de progreso constante que se efectúa superando continuamente determinados estados y condiciones interiores y exteriores. En ella, el despojo de los metales y parcial de la ropa antes de la ceremonia de iniciación indican el despojo mental y moral de todas aquellas condiciones externas que nos impiden ser realmente nosotros mismos; de todas aquellas cosas que no pertenecen a nuestro ser real y que ocupan y dominan nuestra conciencia, impidiéndonos reconocer, apreciar y buscar los valores verdaderos. Así es la Verdad: para poderla adquirir se precisa estar dispuestos a vender o dejar todos aquellos valores transitorios. Es pues, ésta, la fase preliminar de purificación de todos los errores, falsas creencias y vicios morales o intelectuales.

Ser hombre libre y de buenas costumbres, es la condición preliminar que se le pide al profano para poder ser admitido en la Orden, y es condición necesaria de todo progreso moral como espiritual, y de todo adelanto en el sendero de la Verdadera Luz, o sea de la Verdad y de la Virtud. Libre de prejuicios y de los errores, de los vicios y pasiones que lo embrutecen y hacen de él un esclavo de la fatalidad; y de buenas costumbres, por haber orientado su vida hacia lo más justo, hacia lo más elevado e ideal. Ya los grandes instructores de nuestra raza creían desde antiguo que la verdad es un trofeo que hay que conquistar y no un don que se debe otorgar, y que hay cosas que no se pueden ni deben decir a todo el mundo, pues ella confiere poderes que si se utilizan mal son dañinos.

La preparación previa del candidato para su recepción tiene lugar en el cuarto de reflexión. Con su aislamiento y negras paredes representa un período de oscuridad y de maduración silenciosa del alma, por medio de la meditación y concentración en uno mismo, e indica el lugar en que se oculta y se encuentra en estado latente, aquella Luz Divina que ha de buscar el iniciado. Por ello se encuentran en él los emblemas de la muerte, la lámpara sepulcral e inscripciones destinadas para poner a prueba su firmeza de propósito y voluntad de progreso. El sentido de todo aquello es que el aprendiz aplique luego de esta experiencia a todos los aspectos de su devenir, porque cotidianamente morimos durante nuevos acontecimientos para enfrentar a otros. Ello sugiere también, que a partir de ese momento, como en la muerte, ya nada será igual y que se inicia un cambio para mejor que despierta la necesidad de impulsar un nuevo espíritu, y una manera positiva de encarar la existencia. Acaso debemos morir en vida para retomar nuestro control y mejorar

Por principio, se entiende que la Verdad es todo lo que se halla en consonancia con la naturaleza de las cosas, satisface a la razón, adhiere a la voluntad y arrastra a la conciencia. Sin embargo, no se llega al discernimiento de la verdadera realidad sino como resultado de una serie de viajes, o etapas sucesivas de crecimiento, en cada una de las cuales tiene uno que enfrentarse con una serie de obstáculos o experiencias, que es menester superar o resolver. La ceremonia de recepción del candidato al primer grado, consiste fundamentalmente en tres viajes que representan su progreso masónico en los tres grados, es decir, cada uno simboliza un nuevo estado, un período distinto y una nueva etapa en su progreso. En ella, el primero se presenta lleno de dificultades y peligros, y rodeado de los ruidos más fuertes y variados, que representan el desencadenamiento de tempestades, de granizo y de vientos, simbólicos de las pruebas de la vida, creencias, opiniones, y corrientes contrarias del mundo con las que uno tiene que enfrentarse constantemente en los primeros esfuerzos desde lo material hacia lo Ideal, hacia la búsqueda de la Verdad.

Según cuenta una parábola oriental, todos los dioses se reunieron para determinar en dónde ocultarían la divinidad del hombre recién creado. Uno de ellos sugirió la idea de que se fuesen todos al extremo más distante de la tierra y la enterraran allí; pero pensaron que el hombre, por naturaleza inquieto viajero, podría encontrar el perdido tesoro en uno de sus viajes. Otros propusieron que se arrojara a las profundidades del mar; pero los demás dioses objetaron que el hombre, insaciable curioso, podría llegar a sumergirse tanto que la encontrase. Por fin, tras un momento de silencio, se levantó el más antiguo y más sabio de los dioses, y dijo: “Ocultadla dentro del mismo hombre, porque allí sólo la irá a buscar cuando renuncie a buscar fuera de sí”. Y así se acordó y se hizo. Y desde entonces el hombre vaga por el mundo buscando por todas partes su divinidad, antes de pensar en buscarla dentro de sí mismo. Pero alguna vez caerá en buena cuenta, que lo que creyó que se encontraba tan lejos, está más próximo que el aliento que respira, y que la divinidad que tanto busca se oculta en su propio corazón

Para Fort (1928), éste es el secreto de la Masonería: despertar en el hombre la conciencia de su divinidad, de donde emana la belleza y la comprensión de la vida; y en cuanto él ha descubierto este secreto, la suya toma un aspecto nuevo. Con esta firme actitud de su conciencia, delante de las pruebas contrarias de la vida, se hace la luz en él gradualmente.

Pero para buscar eficazmente la Verdad y alcanzarla, se necesita el vehemente deseo de poseerla, es decir, un anhelo cuya fuerza sea suficiente para impulsarnos con la energía necesaria, fuera del camino usual de las frivolidades y de la ilusión de los sentidos, pues nuestro enemigo, en ningún caso se halla fuera, sino que está dentro de nosotros mismos, en las propias tendencias negativas de los pensamientos, y en los errores y falsas creencias que hemos aceptado y reconocido.

San Agustín decía: “No vayas mirando fuera de ti; entra en ti mismo, porque la Verdad habita en el hombre interior”.

Todos aquellos vientos contrarios que parecen soplar en nuestra contra, han sido por así decirlo, involuntariamente creados, llamados, atraídos y producidos por la actitud interior negativa de nuestra mente. Nuestra oposición en contra de ellos no haría más que acrecentar su violencia, sin embargo, aquello mismo que tiene el poder de abatirnos y hacernos caer, cuando sepamos aprovecharlo será nuestro apoyo y el medio de nuestra elevación y crecimiento. Es decir, que todo ha de ser aprovechado constructivamente, pues ello puede darnos una lección útil, contribuyendo a nuestro crecimiento interior. La actitud hacia el aprender y el esfuerzo que se ponga es, pues, el principio y fundamento en el que descansa todo progreso. No progresa quien no se esfuerza constantemente en aprender todo lo que se puede en las condiciones y circunstancias de la vida en las que se encuentra, y en las propias experiencias de la misma. Todo puede y debe utilizarse para levantar el edificio de la vida y del progreso individual, todo puede ser labrado y rectificado para que haga manifiesta su inherente perfección.

Conforme a este principio, todo masón ha de ser un trabajador, en el sentido más elevado de la palabra. Entiéndase como aquel que concibe y realiza una obra inspirada por un impulso o fin ideal, y cuyo carácter distintivo es el amor a la obra a la que se dedica, es decir, que pone vida, amor e interés en todo lo que hace.

Siempre se trata de construir, de poner en obra y en levantar las piedras, que representan la materia prima, oportunamente labrada. Debe entenderse en primer término, que la piedra tosca simbólicamente es la persona, y que debe trabajarse sobre uno mismo, es decir, primero conocerse. Sin esa condición, no existe posibilidad de saber si el trabajo está orientado en el sendero correcto, no se podría identificar las asperezas, que en realidad están ocultas para la mayoría. En esta tarea simbólica el aprendiz es a la vez, obrero, materia prima e instrumento, todo está en él. Toda su vida es una construcción, que se verifica con la participación y cooperación de su ser consciente y de su naturaleza subconsciente. Esta última es la que ha construido su cuerpo, como edificio o templo orgánico de la vida, ocupándose de su desarrollo, conservación y renovación, así como de todas las funciones de su vida instintiva. Es además el asiento de los hábitos y de todo lo que la vida ha asimilado como memoria y como experiencia individual y colectiva. El hombre es pues, un constructor de sí mismo y de su vida.

Una vez reconocidas como tales las imperfecciones naturales del carácter y del complejo de hábitos y tendencias que matizan la expresión de la vida interna, el aprendiz debe poner en obra aquellas dos facultades que simbolizan respectivamente el martillo y el cincel. El primero es el emblema de la Voluntad, que existe en todos los hombres, pero que en general, por falta de discernimiento se confunde con el instinto y la pasión. Ella constituye el primer factor de todo progreso y es al mismo tiempo medio indispensable para realizarlo. Sin embargo, empleado por sí sólo y sin la inteligencia necesaria, constituye el más simple y poderoso medio de destrucción.

El propósito inteligente que debe dirigir la acción de la Voluntad es representada por el cincel, aquel que el obrero tiene en la mano izquierda, apoyando su corte en el preciso lugar en donde quiere que la fuerza bruta del martillo produzca un trabajo útil. Ello es emblemático de la Inteligencia, que guía y dirige oportunamente la fuerza de la Voluntad.

Este trabajo de la piedra, que también históricamente es el primer trabajo humano, necesita para su perfección de la escuadra, que sirve de medida a fin de asegurarnos de que la obra proceda de acuerdo con las normas o criterios ideales universalmente reconocidos y aceptados. Ella representa fundamentalmente la facultad del juicio que nos permite comprobar la rectitud de nuestros esfuerzos y rectificarlos, de modo que estén siempre encaminados en la dirección del ideal, según lo muestra la simbólica marcha del aprendiz. En ello debe aplicar todas sus energías, en hacer efectiva la Verdad encontrada o descubierta, de manera que a cada adelanto del pie izquierdo (inteligencia o comprensión de la Verdad), le corresponda un igual adelanto del pie derecho (aplicación práctica de dicha Verdad), en perfecta escuadra con el primero. Esta búsqueda de la Verdad, como se aprecia, es en realidad un proceso que se revela y se descubre en la interacción con otros seres humanos.

La concentración de nuestras energías interiores hacia una meta determinada, como se dijo, es la base indispensable de todo esfuerzo que podamos hacer y de todo paso que podamos dar en esa dirección. La dirección de este primer viaje, en la iniciación, se dirige al principio hacia el Oriente, lugar de origen de la Luz, tal y cual la mente se encamina para buscar la Verdad, desde los efectos a las causas que la originan. El Occidente, es el lado del mundo en donde el Sol se pone, donde la Luz que ilumina se oculta, aunque se haga entrever su presencia. Aquí, podemos caer en la cuenta que lo Real no es lo que aparece, sino lo que se esconde y revela tras de la apariencia. Reconocer a esa Realidad, es pues, la substancia de toda iniciación, ya que consiste en ingresar en la percepción intuitiva del candidato, para que adquiera conciencia de la misma con progresivo discernimiento. En la Doctrina Iniciática de todos los tiempos la Realidad se oculta en la apariencia, develándose únicamente para el iniciado que ha llegado por sus propios esfuerzos, al estado de conciencia en que se hace manifiesta su naturaleza esencial.

Sin embargo, el candidato debe regresar inmediatamente al Occidente, pasando esta vez por el camino más luminoso y agradable del Mediodía, es decir, que una vez llegado al conocimiento rudimentario de las causas que rigen los efectos del mundo visible, y de las Leyes y Principios que gobiernan el mundo, debe completar el esfuerzo, aplicando fecunda y constructivamente los conocimientos adquiridos. La ida y vuelta, son en realidad, las mitades de un único viaje, o ciclo de estudio y experiencia de reflexión y actividad. La primera, o sea la búsqueda de la verdadera luz, es el camino áspero y donde el progreso es particularmente difícil y trabajoso.

La ceremonia finaliza en el mismo punto en el que tuvo principio, luego de la proclamación y del reconocimiento de todos sus hermanos, y se le restituyen los metales de los cuales había sido despojado al entrar en el cuarto de reflexión. Simbólicamente esta restitución sugiere que, luego de haber aprendido a pensar por sí mismo, y de haber visto la Luz y recibido la Palabra de la Verdad, puede hacerse nuevamente de aquellas posesiones intelectuales y materiales que tuvo antes, pero ya con el deber de dar a las mismas un uso sabio.

Esta regeneración individual, es aquello que ha de salir de la prueba de fuego por la que pasa el candidato. El hombre primero sale purificado del combate de los pensamientos, pues a ellos se les deben todas las dificultades y obstáculos que puede encontrar sobre el sendero de su vida, y que han sido clarificados, iluminados y coordinados constructivamente, conociendo y aprovechando la Luz de la Verdad. Luego trata de dominar todos aquellos sentimientos y emociones que manifiestan imperfectamente su vida interna, e impiden el progreso de los anhelos más elevados de ésta. Y finalmente aprende a purificar la voluntad de todos aquellos hábitos e instintos, cuya influencia se ejerce en un sentido opuesto a la conservación y al progreso evolutivo de su existencia.

Es así como cada uno de nosotros ha de ser en la vida primero y fundamentalmente aprendiz, pues en cualquier etapa, fase y condición de la vida, el progreso radica sobre todo en nuestra capacidad de aprender y en poner en práctica lo aprendido. Sobre esta base de constante aprendizaje finalmente establecido en nuestra actitud y carácter, que nos enseña en cada momento a desbastar nuestra piedra para estar a la altura de todas las condiciones que se nos presenten externamente, es que podemos levantar con seguridad nuestro edificio de vida.

El G.:A.:D.:U.: trabaja para el hombre y por medio del hombre, Él nos pide nuestra voz para decirnos Su Verdad, y nuestras manos para realizar su obra aquí en la tierra. Buscar la Verdad es como tener una llama dentro del cuerpo, algo maravillosamente doloroso. Pues en realidad, la Verdad no se posee, nos posee, nos invade, nos arrastra hacia delante. Una antigua plegaria cita: “De la cobardía que rehúye las nuevas verdades; de la desidia que se conforma con verdades a medias; de la arrogancia que cree conocer toda la verdad…líbranos, oh Señor de la Verdad”.

La Masonería prepara nuestras virtudes para librar las batallas de la vida, pero también es una preparación para la muerte y para lo que le sigue ¿Qué mayor servicio nos puede prestar que ponernos en los rieles de la Verdad, cargar nuestro tren de preciosos tesoros y encaminarnos hacia la presencia del G.:A.:D.:U.:? Esto es lo que ella hace por todo el que la escucha y le ama, y por quien anida su verdad en el corazón.