viernes, 2 de julio de 2010

Los antros iniciáticos de la antigua Grecia

Por: Jorge Alvarado
Testigos mudos de un mundo olvidado, los antros iniciáticos de la antigua Grecia siguen guardando muchos secretos aún inaccesibles al profano que, con sorpresa, los visita en los más recónditos lugares de las montañas griegas. Los antros Ideo y Dicteo en Creta, el de Trofonio en Libadia, el del dios Pan en el sector noroeste de la acrópolis de Atenas y el antro de las Ninfas en la lejana patria de Ulises, la isla de Ítaca, son, entre otros de menor categoría, los más importantes, según registra la tradición y la historia de la antigua Grecia.

Antros del dios pan en el Ática

En contraposición con los dos antros cretenses, la mayoría de los restantes antros en Grecia continental estaban dedicados a las ninfas (sobre todo aquellas que tienen relación con fuentes y corrientes de agua) y al dios Pan, concretamente en la región del Ática. De entre ellos, los más conocidos son el antro de las ninfas en Ítaca (referido en la odisea homérica y a la cual dedicó una obra homónima el filósofo neoplatónico Porfirio), el antro Coríneo en la ladera suroeste del monte Parnaso, el antro de Bare en el Ática, el antro de las ninfas y de Pan en la región de Parniza, el antro de Selene y de Pan en Arcadia y el antro de Pan en la acrópolis de Atenas.

Otros Ninfeos (como se llamaban los antros dedicados a las ninfas) se encuentran en el monte Helicón y en el Kitharion, así como en otros montes, diseminados en los más recónditos y abruptos lugares. También los escritores clásicos nos refieren la existencia de otros antros importantes dedicados a otras deidades, como el antro de la ninfa Kalypso en Ogygya, el de Dyonisos en la isla de Naxos, el de Hades y el de Apolo Leteo en Lebadia y, sobre todo, el antro de Trofonio, también en dicha región, del cual nos ocuparemos luego más extensamente.

El antro de Pan, dios de la naturaleza salvaje, abrupta y exuberante, en la Acrópolis, se encuentra en el sector noroeste del montículo, en pleno corazón de la antigua Atenas. La caverna fue dedicada al culto del dios después y con motivo de la victoria de la batalla de Maratón, ya que en una visión del corredor maratoniano Fidipidis, el dios Pan anunció que ayudaría a los griegos para compensar la tardanza en acudir al combate de los espartanos. Y, en efecto, a este dios se atribuye la aparición de una ola de pánico (de ahí la etimología de esta palabra) entre los persas, que los puso en fuga, permitiendo la rápida victoria de los griegos. En conmemoración de este hecho y por consejo del general victorioso Milcíades, se le dedicó la caverna en la Acrópolis y se instauraron fiestas y ceremonias anuales en su honor.

Es, sin embargo, otro antro de Pan en el Ática el que parecería adecuarse mejor, aun en el estado en que se encuentra hoy día, a la naturaleza salvaje, oscura y mistérica de este dios. Se trata del antro de Pan y de las ninfas en Parniza, en el cual se encontraron, en excavaciones arqueológicas realizadas en 1900, multitud de lámparas de barro, de muy probable uso ceremonial e iniciático. La caverna tiene una longitud total de 90 m, y se encuentra sobre la pared de un desfiladero llamado Gura. El medio ambiente rocoso, agreste y rudo que enmarca el antro concuerda plenamente, sin duda, con las características del culto al dios Pan que nos describen tan poéticamente los himnos homéricos.

De parecidas características debía de ser el famoso antro de las ninfas en Ítaca, patria de Ulises, que nos refieren Homero y Porfirio, aunque aún hoy en día no está demostrada su verdadera ubicación, pues hasta hay quienes dudan de que esté en la actual isla llamada Ítaca, y lo sitúan en la cercana isla de Lefcada.

En este antro dice la tradición homérica que Ulises ocultó el tesoro que le dieron los feacios. El escritor Artemidoro de Éfeso refiere que el antro existe verdaderamente, mientras que, por el contrario, tanto el geógrafo Estrabón como el mismo filósofo Porfirio negaban su existencia física, considerándolo más como un símbolo metafísico del más allá, donde habitan las almas de los humanos antes de encarnar en este mundo. Aún hoy hay quienes niegan su existencia real, considerándolo una invención poética del gran autor ciego. La mayoría de los investigadores, sin embargo, lo identifican con la cueva Mavrospilia en la montaña de Agios Stefanos (el monte Neio de Homero). Efectivamente, en esta caverna la investigación arqueológica descubrió un altar de piedra tallado, así como escalones excavados en la roca, diversos restos de cerámica y estatuillas de terracota de antigüedad milenaria.

El antro de Trofonio de Lebadia

Este antro, aparte de sus funciones como centro iniciático en los misterios del mundo subterráneo, cumplía también funciones de oráculo, siendo considerado uno de los más importantes de la antigua Grecia, después del de Delfos y Dodona.

Trofonio era un famoso arquitecto que construyó, junto con su hermano Agamedes, el templo de Apolo en Delfos. Según Plutarco, los hermanos pidieron a Apolo que les recompensara por su trabajo, y el dios les respondió que durante siete días hicieran festejos y el séptimo les recompensaría. Así, el séptimo día cayeron en el sueño de la muerte y Apolo les habló. Se trata de una perfecta alegoría de la vida y la muerte iniciática.
La historia del antro de Trofonio está cubierta de un velo de misterio. Según Pausanias, en cierta ocasión en que hubo una gran sequía en Beocia, con más de dos años sin llover, los habitantes pidieron oráculo en Delfos. Pero la Pitia respondió que la solución la encontrarían en el oráculo de Trofonio en Lebadia. Sin embargo, nadie conocía la existencia de tal oráculo. Entonces, uno de los embajadores, llamado Saón, vio un enjambre de abejas, y sintiendo un rapto de inspiración, decidió seguirlas. Las abejas le condujeron a una caverna donde encontró a Trofonio, quien le dio los consejos necesarios para detener la gran sequía. En adelante, ese fue el procedimiento a seguir por todo aquel que quisiese solicitar oráculo del Iniciado Trofonio, el “durmiente”. Antes de bajar al oscuro antro, pasando por estrechos pasillos cavados en la roca por donde con dificultad se puede caminar, el solicitante, que más era un candidato a la Iniciación, pues debía bajar al mundo de los muertos para luego regresar de nuevo a la vida, tenía que seguir una dieta especial durante varios días en el templo del Buen Espíritu y de la Buena Suerte, que había en la superficie, cerca del antro, y realizar diversas ceremonias y ofrendas a Trofonio y a sus hijos. Después, un sacerdote adivino, tras ver si el acto era propicio en las vísceras de un animal sacrificado, le daba permiso para bajar al antro.

Tras este ceremonial el candidato era conducido por dos sacerdotes al río Ercina, donde debía lavarse y purificarse frotándose con aceite. Luego, debía beber agua de las fuentes del Olvido (Leteo) y del Recuerdo (Mnemosyne) para que olvidara su vida hasta entonces y recordara, en cambio, todo cuanto viese y oyese en el antro mistérico. Tras todo ello, y después de rezar ante la estatua de Trofonio, se le colocaba una túnica de lino blanco, un cinturón y sandalias de esparto, y podía ya bajar a la galería subterránea que conducía a la sala central del antro. De lo que pasaba al candidato una vez pisaba allí, poca cosa es conocida. Roza el umbral de lo secreto, experiencia metafísica e iniciática intransferible. Las descripciones hablan simplemente de una fuerza que “se asemejaba a un torbellino como el del más rápido y turbulento río”, la cual arrastraba al candidato hasta el santuario, donde vería y escucharía los secretos que celosamente guarda el futuro.

Pausanias, aunque tuvo él mismo tal experiencia, evita siempre hablar de ello. Sin embargo, Plutarco nos refiere la experiencia de un tal Timarco, contemporáneo de Platón, de gran interés:
“Cuando bajé al antro, al principio me encontré en la más profunda oscuridad. No sabía bien si estaba despierto o se trataba de un sueño. Lo único que sé es que se escuchó un fuerte ruido y recibí un golpe en la cabeza. Las costuras de mi cráneo se separaron, dejando salida libre a mi alma”.
Según Timarco, después de esto, viajó en forma de “espíritu” y su viaje duró dos días y dos noches. De lo que aconteció entonces nada más se refiere.


Del fondo del santuario, todos los candidatos salían de la misma manera, con los pies por delante e inconscientes. Después, los sacerdotes, en la fuente de la Memoria, con preguntas adecuadas les ayudaban a recordar su experiencia, y poco a poco volvían en sí y recobraban la razón, según nos refiere Pausanias. La experiencia mistérica debía de ser sin duda extraordinariamente fuerte, ya que se dice que la mayoría de los neófitos, desde ese momento, caían en una melancolía que les duraba casi toda la vida. Por ello, los antiguos, cuando querían referirse a un hombre serio, que no reía nunca, decían el refrán:”recibió el oráculo de Trofonio”.

También se refieren cosas muy extrañas, como por ejemplo, que algunas veces, el neófito salía del antro. Se dice que un tal Eutiquides salió de la caverna llevando en las manos placas de bronce con inscripciones, y que el mismo gran Adepto Apolonio de Tyana salió con un libro en las manos.

El antro como imagen del mundo

Tomando como modelo el antro de las ninfas homérico, el discípulo de Plotino, el neoplatónico Porfirio (III d.C.) nos aporta elementos muy importantes sobre el sentido esotérico de los antros, enseñanza que se integra perfectamente en la tradición iniciática de Pitágoras y de Platón. Nos refiere Porfirio que los antiguos dedicaban los antros al mundo manifestado.
En el mito de la caverna, Platón expresa claramente la consideración del antro como símbolo del mundo, oscuro y terrestre, donde las almas están prisioneras en la ignorancia y el dolor, y donde deben liberarse, superar la oscuridad de la ignorancia para volver a la luz, renaciendo a un mundo más luminoso y espiritual, libre del sufrimiento de las cadenas y de la materia pasional.

Así, el antro es la matriz, el crisol alquímico en este mundo donde el hombre, a través del procedimiento iniciático, debe transmutarse a sí mismo. El mismo Porfirio nos refiere que Pitágoras, Iniciado en el antro Ideo por los Kurites junto con su maestro Epiménides, había elegido también un antro como lugar de Iniciación para sus discípulos más selectos.

La bajada al fondo del antro, las pruebas y experiencias allí recibidas y la ascensión de nuevo al mundo de la luz son símbolos vivos de la caída del alma en la materia oscura, de la encarnación en esta tierra de dolor, de la cual deberá el alma, naciendo de nuevo a la luz, resurgir y ascender liberada de ataduras a la región luminosa de donde proviene inicialmente. Un recorrido circular, una trayectoria de evolución superior con ritmos de “pasaje iniciático”, de la luz a la oscuridad, y de nuevo de la oscuridad hacia la luz, todo ello simbolizado en el antro iniciático, el lugar del misterio donde el hombre se comunica con lo divino, cruzando el puente que separa la vida de la muerte, la luz de la oscuridad. El antro es, entonces, imagen del universo, más tarde representada también en los templos iniciáticos, donde se desarrolla el alma sacudiendo su ceguera y donde sucede cada evolución, cada transformación alquímica, cual crisol escondido en el vientre sagrado de la Madre Tierra, la Mater Materia. Vive pues, lector, tu experiencia en el antro del mundo, pero no olvides que tu destino final será salir de la caverna y dirigir tus pasos hacia la luz del Sol, en lo más alto del firmamento.